lunes, 28 de septiembre de 2015

La polémica de 1980 en el Año de Salvador Alvarado: Francisco Solís Aznar contra Faulo Sánchez Novelo, y la Carta abierta de Víctor Suárez Molina a este último, y contrarrespuesta a Súarez Molina

Faulo Sánchez Novelo entre dos estantes de la Biblioteca Yucatanense, Mérida, Yucatán.


Para abonar a la celebración de la entrada de Salvador Alvarado a Yucatán, inserto en este blog dos polémicas suscitadas en 1980 en el que se confrontaron dos ideas del Alvaradismo en Yucatán: una establecida por un artículo aparecido en "El reaccionario de la Vida Peninsular", y escrita por un miembro de la "ultrasuper derecha yucateca", Francisco Solís Aznar. El otro punto lo sostenía un joven periodista de 27 años apenas, que en ese mismo año obtendría el grado de licenciado en antropología en la universidad de Yucatán, y que escribiría, años después, sobre El Kanxoc Traconis, haría la crónica de la rebelión delahuertista, y participaría en las páginas culturales de varios diarios contrarios al "reaccionario de la Vida Peninsular". Me refiero a Faulo Sánchez Novelo (1953), actual director de la Biblioteca Yucatanense. No se dio la respuesta y contrarrespuesta en en este primer match. Posteriormente, un historiador completo de la historia económica de Yucatán, Víctor Suárez Molina, heredero selecto de la Casta Divina, escribiría en el Diario de Yucatán una Carta Abierta a Faulo Sánchez. Este novel historiador, no arredrándose ante tremendo señor historiador, respondería e intentaría refutar a la reacción, sin embargo, el Diario conservador de Yucatán no le daría cabida a la carta que Faulo enviara, y esta polémica, así como otras, tendrían que aparecer en el último número de la revista Textos y testimonios en el año de Salvador Alvarado, de noviembre-diciembre de 1980. 

Esta serie de documentos que inserto, lo trato e interpreto, con más extensión, en un re-escrito y ampliado artículo mío llamado "La modernidad Alvaradista contra la fe de las tinieblas: a 100 años de la entrada de lo huaches a Mérida", un texto donde confronto las polémicas suscitadas hace 100 años cuando se dio la entrada de Alvarado a Mérida, analizo y objeto a sus detractores como Rosado Vega, Acereto y Gamboa Ricalde, y me meto a polemizar contra los Grosjean et al, actuales herederos de una interpretación oscurantista y falaz del Alvaradismo en Yucatán, que repiten los mismos lugares comunes que en su momento Alvarado, Sánchez Novelo, Quintal Martín y tantos otros antes que yo, rebatieron y confrontaron.

Nota: Puede dar click a las fotografías para ampliarlas y tener mayor resolución.

Fotografía 1: El artículo de Francisco Solís Aznar.



Fotografía 2: Continuación del artículo de Solís Aznar.


Fotografía 3: Sigue el artículo de Solís.



Fotografía 4: La respuesta de Faulo Sánchez Novelo: "Ninguna calumnia puede opacar la obra de Alvarado".


Fotografía 5: "Ninguna calumnia..."



Fotografía 6: Ninguna calumnia..del analista cicatero.


Fotografía 7: Ninguna calumnia...


Fotografía 8: Carta abierta a Faulo Sánchez Novelo, escrita por Víctor Súarez Molina


Fotografía 9: Carta abierta...


Fotografía 10: Carta abierta.


Fotografía 11: Carta...



Fotografía 12: Fin da la Carta Abierta.


Fotografía 13: Carta a Víctor Súarez Molina. Refutación a interesados infundios reaccionarios.


Fotografía 14: Refutación...



Fotografía 15: Refutación

Fotografía 16: Refutación


Fotografía 17: Refutación

Fotografía 18: Refutación



domingo, 27 de septiembre de 2015

La joven Uj y el enardecido K’iin



En varios pueblos yucatecos se ha visto el eclipse de la luna virgen, la luna entintada con la sangre del himeneo.
En esta noche, en ese avispero de pueblos comidos por las leyendas y las creencias milenarias, la gente ha salido con cacerolas a combatir la pelea de los dioses de los cielos, haciendo bulla y alharaca de albarrada en albarrada, jalándole la cola a los perros para que estos lloren y ladren contra el silencio y la noche, algunos ululando, otros gritando en la lengua de los cenotes y las milpas, unos más prendiendo cohetes voladores en plena plaza de pueblo solitaria, dos que tres reventando descargas a la luna cenicienta con sus carabinas oxidadas.
A las mujeres embarazadas las encerraron en lo más profundo de la casa mestiza o la choza india, les han prohibido ver a la diosa nocturna "Uj", en peleas maritales con el enardecido sol, “K’iin”, pues donde el rayo de una luna montada por K’iin dé en el cuerpo de las próximas a parir, ahí estará el beso de la luna, la chibaluna, en el cuerpo de la criatura.
            Todo se calla luego en esos pueblos perdidos de Yucatán, los hombres, bajando las escopetas, ven regresar del lecho de amor a la joven Uj nuevamente. Ya puedes salir, mujer, ya no hay peligro de un beso.


viernes, 25 de septiembre de 2015

El monumento al chiclero en Escárcega, Campeche: ¿y cuándo se erigirán otros en Yucatán y Quintana Roo?




Más que a chicleros campechanos, el monumento al chiclero erigido por el gobierno de Campeche y autoridades locales del municipio de Escárcega, debe representar a los chicleros peninsulares (de los tres estados de la península), a los míticos tuxpeños, a los del centro del país, de Guerrero, de Tabasco, de Oaxaca, de Jalisco, de Belice, de Guatemala, pues de todas partes arribaron los olvidados chicleros, durante el tiempo de ruido y furia de "la hojarasca chiclera” (1900-1950).
Y esto lo digo porque pueblos y ciudades que hoy pueblan la región chenera y la región cercana a Quintana Roo, fueron otrora hatos chicleros donde convivían una miríada de hombres, mujeres y niños, de procedencia diversa. Estas localidades, sembradas en lo que fue algún tiempo La Montaña Chiclera, tienen sus orígenes en la ola migratoria de chicleros de diversas partes de la república.
Hay que alabar a los campechanos por el monumento a estos míticos chicleros, que hoy sólo los recuerdan las personas de los pueblos que en un tiempo fueron chicleros, así como unos cuantos historiadores de la temática del chicle. Hay que alabarlos, y señalar a un tiempo lo olvidadizos y poco agradecidos que son los gobiernos yucatecos y quintanarroenses por estos hombres y mujeres que drenaron la economía regional.
Ellos, esos hombres del machete moruna y machete pando, forjaron más de un destino, ellos construyeron riquezas regionales e internacionales, ellos igual se jugaron la vida en los bosques tropicales para dar al mundo la resina con que se hacía el chicle. Durante las dos guerras mundiales y la guerra de Corea, junto con la morfina sinaloense, iba el chicle extraído de las venas forestales de la Península de Yucatán, y este chicle servía como recurso indispensable y de primera necesidad, para los soldados yanquis: los efectos tranquilizantes del chicle maya, son legendarios, los sabios mayas lo sabían.
Este monumento, esperemos que no sea el único, pues en pueblos yucatecos como Peto, Chemax, Tzucacab, o en varias localidades de Quintana Roo, igual se tiene una deuda histórica para con ellos.

jueves, 24 de septiembre de 2015

CONSIDERACIONES SOBRE EL ORIGEN DE LA PALABRA “HUACH”



Con esta palabra se designa en Yucatán a la gente de fuera de la península, generalmente, del centro del país y viviendo en la Península. Gilbert Joseph, en Revolución desde afuera (2010: 119), le señala un origen onomatopéyico por el rechinar de las botas de los soldados alvaradistas que los meridanos oyeron el 19 de marzo de 1915.
En el Diccionario de Mejicanismos, Santamaría señala que la palabra huach (su plural es huaches, y en maya huachob; para femenino, huacha y huachas) es una voz maya “con la cual se designa en Yucatán el mejicano no nacido en ese mismo Estado”. “En lenguaje vulgar y popular de Yucatán, apodo que se da al mejicano del interior; al xilango, que dicen en Veracruz” (Santamaría, 2000: 601). Como refiere el mismo diccionario, ni lingüistas del maya yucateco como Alfredo Barrera Vásquez, tratan el vocablo, lo cual da pie a que se dude sobre su origen maya. Más bien, me inclino a pensar que tiene que ver con la entrada de los soldados mexicanos en 1915, aunque la palabra ya rondaba  con anterioridad. Si bien es cierto que en las etnografías del oriente de la Península se recoge esta palabra mayanizada (huachob), esto no implica su origen maya.
Más bien, creemos que su origen primero tiene que ver con la miríada de huastecos que llegaron a trabajar en las haciendas henequeneras y azucareras en tiempos del auge henequenero, y que se desparramaron por los pueblos de Yucatán y convivieron con las clases populares yucatecas.[1] La palabra huach puede deberse a una contracción que el castellano yucateco hizo del vocablo huachs-teco. Posteriormente, los soldados mexicanos, gente de fuera al igual que los huastecos y con similares costumbres y maneras “cantaditas” de entonar el español, tanto en tiempos porfirianos como en la Revolución y post-revolución, serían homogeneizados con el vocablo huach, y a la característica primera de gente de fuera, se le señalaría su condición militar (en el centro del país, por cierto, con la palabra “guachos” se conoce a la soldadesca lépera, Santamaría, op.cit, p. 568).
En la región de Valladolid, por huaches se conoce a los “militares” y a los extranjeros. De hecho, en las distinciones raciales y culturales que Villa Rojas recogió de la “subtribu” de Xcacal Guardia en la década de 1930, los indígenas del centro del Territorio de Quintana Roo se referían tanto de los soldados mexicanos y representantes del gobierno federal, como mexicanos o huachob considerados “lo peor de la humanidad”, y que amén de que contaban con “malas costumbres”, eran crueles y poco religiosos; los de Xcacal Guardia atribuían a los huachob la capacidad de “despedir vientos malos (kakaz-ikob) a su paso.
Lo cierto es que este vocablo, de ser un designativo de los huastecos y militares de fuera de la península, con el tiempo terminó por referirse a los mexicanos no nacidos en Yucatán y viviendo en la Península. Designación, a veces, despectiva, y otras muchas, atractivas.





[1] En la rebelión de las clases populares de la Villa de Peto de marzo de 1911, el segundo al mando que se encontraba por debajo del petuleño Elías Rivero, fue el “huasteco” Antonio Reyes, hombre que era peón adeudado de una hacienda cercana a la villa de Peto, además de que vendía sandías en el mercado de ese lugar. 

miércoles, 23 de septiembre de 2015

SE NOS HA IDO EL CENTENARIO


Pensé que este centenario de la entrada de Alvarado a Yucatán, al fin el maestro Jorge Alberto Canto Alcocer​ publicaría su tesis de licenciatura sobre la figura señera del revolucionario sinaloense. Su tesis es lo mejor que se ha escrito en dos décadas sobre el socialista utópico norteño.

Se nos ha ido el centenario, ya viene octubre, no creo que suceda nada interesante, esto deja ver una crisis profunda en las efemérides nuestras, somos partícipes de la mala puesta en escena de un centenario gris, con un nivel de celebración por los suelos, las discusiones en torno a lo que implicó el Alvaradismo en Yucatán se han quedado en la mesa endogámica de los expertos, de los profesionales del café y de una que otra polémica suscitada en la prensa. 

La gente de los mercados y la opinión pública amplia, como siempre, se han quedado nuevamente pensando quién coños fue Salvador Alvarado y qué fue lo que hizo para que, a cien años de distancia, todavía siga alebrestando el cotarro del conservadurismo yucateco.

jueves, 17 de septiembre de 2015

TAMULANDO PALABRAS


El verbo yucateco tamular y sus conjugaciones (tamulaste, tamulado, tamuló), no existe en el monárquico Diccionario de la Real Academia Española de la lengua, y no está registrado en el Diccionario Panhispánico de Dudas, lo que significa que ni es panhispánico, ni saca de dudas en este caso.
            Me parece muy peculiar que este verbo, al contrario del verbo anolar, que sí registra el monárquico lexicón, no aparezca registrado ni en el Panhispánico de Dudas, lo cual deja muy mal parados a escritores y académicos de la lengua en Yucatán, que no hacen bien su trabajo para dignificar el idioma de nuestros mayores.
            Y es que este verbo, que no se puede dejar de decir en las cocinas yucatecas, y que entienden muy bien los peninsulares que alguna vez en su vida han deseado preparar un chile tamulado o un “chiltomate” (no necesito decir, desde luego, que tampoco el chiltomate está registrado), es una palabra que lleva implícita el exquisito sabor y olor de la comida yucateca: se tamulan tomates, ajos, pimientas, “recados” rojos y negros, habaneros y tantos ingredientes en el molcajete, para que se haga una pasta y se haga una salsa y se anolen todos los dedos del alma.
            Amaro Gamboa, estudioso del léxico yucateco, escritor erótico y enamorado de la tierra de sus mayores, en sus siempre citables trabajos sobre el uayeismo (es decir, el habla característica del yucateco, modernizado con la disonante palabreja o palabrucha del yucatequismo) dice que el verbo tamular es un nahuatlismo, cosa rara, pues en la región central de México, de donde se escuchaba hace tiempo el náhuatl de la Conquista, no se usa, y yo en varias ocasiones me he tenido que detener en mi diálogo para explicar a mis escuchas qué es a lo que me refiero cuando digo que hay que tamular el chile después de dorarlos en el comal.
            Miguel Güémez Pineda, otro estudioso de los yucatequismos, acota que del tla-mulli náhuatl se originó esta palabra, ya en desuso en el centro del país, como antes he dicho. Tamular significa “machacar o triturar en el molcajete o mortero los chiles y otros ingredientes de la salsa del mole”, y, según Güémez Pineda, también es un verbo común de la selvática región palustre de Tabasco, y si no hay registros hasta ahora en los lexicones de los emperifollados académicos monárquicos, sí aparece registrada en el Diccionario de Mejicanismos de Santamaría, desde el remoto año de 1959.[1]
            Como vemos, la lejanía de la Península y su casi insularidad del centro del país hasta buena parte del siglo XX, desde luego que implicó algunas pervivencias lexicales del idioma español que se habla actualmente en Yucatán: al mismo tiempo que las influencias antillanas, cubanas, inglesas, galas y, desde luego, la ubicuidad y reciedumbre del maya, dieron como resultado un español yucateco que no sólo se caracteriza por esa cadencia romántica sino por su variopinta riqueza del lenguaje, y por sus vocablos de otros tiempos: albarrada, apesgar, tamular, son palabras ínsulas que recuerdan nuestro antiguo separatismo.
            Aquí, me atrevo a decir, en esta enorme y luenga península, algunos vocablos no envejecen, otros, se resisten a morir.



[1] Miguel Güémez Pineda, “Tamular y hacer yach’ o k’ut”, Sipse.com, 12 de mayo de 2015.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

TORIBIO CRUZ


Es muy lamentable, muy triste lo que he leído: la muerte de un escritor de provincia cuya pérdida tal vez no suene ni a un leve eco en la República de las letras centristas, pero para muchos que venimos de Chetumal, sabemos que algo del Chetumal que conocimos se pierde con esa ausencia infinita.  
Dos veces me lo topé en Chetumal. En una ocasión fue en unas oficinas federales, él soportaba una cola de gente y un calor tropical humedeciendo los aires acondicionados; en otra, en un evento cultural en la UQROO. Nunca dialogué con él, aunque sabía que era amigo cercano de mi maestro, Javier España, Javier siempre hacía comentarios de escritor sobre él. En una semana que me dio una fuerte jaqueca que me dejó tendido en la hamaca de un cuarto de estudiante que rentaba cerca de la universidad, leí su trabajo porque yo estaba decidido a leerme a todos los escritores chetumaleños para canibalizarlos y escribir mi todavía postergada novela chetumaleña.
Sus cuentos y relatos me parecieron bastante bien escritos, aunque me sorprendió unas cosas que contó del 68. En una ocasión que visitaba al poeta Raciel Manríquez, éste, como siempre, tenía para mí el número más reciente de la revista Río Hondo, donde publicaban no sólo poetas como Raciel, sino, en su mayoría, burócratas que tenían el prurito de escribir. Fue ahí donde, aparte de la lectura de una crónica extraña de una música extraña escrita por una sintaxis extraña de Raciel, me topé con el relato de  este escritor donde  desgranaba que estuvo del lado de los militares en el 68, porque, hay que saber,  fue militar, soldado raso, y su testimonio es importante para tener la mirada faltante de un soldado sobre la tragedia estudiantil.
Luego, pasados los años, desistió de la vida de cuartel y dejó salir su pasión por la palabra escrita. No sé cuando llegó a Chetumal, no sé si era veracruzano o de Puebla, no sé cuándo fue el enamoramiento de él con la antigua ciudad de los curvatos. Como muchos, Chetumal lo marcó hasta al punto de que decidió vivir ahí y narrar a esa ciudad y su región.

 El mejor homenaje para un escritor es leerlo y leerlo. Descanse en paz, Toribio Cruz.

martes, 15 de septiembre de 2015

Las ruinas étnicas del Quintana Roo turístico


En una entrevista concedida a El País, el antropólogo mexicano de origen catalán, Roger Bartra, señaló unas ideas que pueden servir para borronear un somero perfil –o más preciso, una interpretación individual- de la cuestión étnica actual en el estado mexicano de Quintana Roo. Recordemos que Bartra, desde el primer momento en que las modas por los “derechos indígenas” cundieron en el país a partir del 1 de enero de 1994, se declaró un crítico sistemático de esas fiebres tercianas que las “sanguijuelas de la identidad” (entre los que destacan, antropólogos, intelectuales indígenas y merolicos de todos los colores) proclamaron a voz en cuello. Sobre los derechos indígenas, Bartra apuntó que:


Al abordar el tema de los sistemas normativos étnicos quiero exponer la idea de que su carácter “indígena” es en muchos casos la transposición (real o imaginaria) de formas coloniales de dominación. Es decir, ciertos rasgos propios de la estructura colonial española han sido elevados a la categoría de elementos normativos indígenas (con peculiaridades étnicas prehispánicas). En muchos casos, estos rasgos supuestamente indígenas han sido exagerados enormemente o, incluso, han existido sólo en la mente de algunos funcionarios, políticos o intelectuales. Asistimos con frecuencia a la erección de versiones colonialoides de la realidad india, tan exóticas como el sanguinario guerrero ecuestre guaicurú o el valiente piel roja ululante de la mitología indigenista.[1]

No necesito expresar mis objeciones a esta cláusula de Bartra, las cuales he apuntado en la tesis precitada. En lo que quiero hacer énfasis es en la idea que Bartra sostiene, así como investigaciones regionales han planteado: la idea de la pérdida de la indianidad, o las ruinas étnicas del México profundo remontando multiculturalismos y globalizaciones persistentes en “un mundo desbocado”, como sostiene Giddens.
En dicha entrevista, Bartra define a México como “un país lleno de contradicciones, de estratos antiguos que coexisten con formas modernas y hasta posmodernas, un conglomerado caótico de distintas épocas…El capitalismo tardío está sufriendo importantes mutaciones. La modernidad está mutando y no sabemos hacia dónde. La globalización es una globalización llena de grietas, y eso se padece especialmente en América Latina, donde partes de la sociedad viven inmersas en la posmodernidad y otras continúan en otro siglo”.[2] No podemos concebir, no cabe en la imaginación, hacer un paralelismo entre el Guerrero Bronco, el Guerrero con altos índices de pobreza y marginación social, el Guerrero de las matazones de estudiantes normalistas y desapariciones forzadas llevadas a cabo por grupos delincuenciales y que desembocan en el afantasmamiento de comunidades enteras;[3] con el crecimiento exponencial de la economía del “tigre mexicano”, Querétaro;[4] o con la tranquilidad relativa que existe en Campeche o Yucatán. Hace mucho tiempo que Lesley Bird Simpson acuñó la frase “Muchos Mexicos” para referirse a este país cruzado por sierras, volcanes, selvas, desiertos, penínsulas extrañas y etnicidades en fuga, que hacen de México una nación puzzle sólo unificada por el homogeneizante discurso del poder central.[5]
Otra idea que puede generar polémica entre ciertos defensores a ultranza de la indianidad inmóvil, es la siguiente respuesta que Bartra dio a la pregunta de a dónde queda la cuestión indígena en México, cuestión que tuvo sus momentos estelares en 1994, en 1996 y en el 2001, y que actualmente se difumina en el cerrado círculo de los comprometidos con la cuestión, se deforma en la inquina ignorancia del gobierno actual, y se silencia con las ráfagas de la narcoviolencia:

En México la población indígena ha sido aniquilada, destrozada, mutilada. Ya son como ruinas étnicas, igual que se habla de ruinas arqueológicas. Es un país que exalta la simbología de lo indígena en el Museo Nacional de Antropología y a la vez ha dejado a los indígenas reales en proceso de disolución.[6]

¿Ruinas étnicas? Desde luego que esta frase es polémica, aunque hay que tener presente que las ruinas étnicas corren cerca de la ya clásica crisis de la antropología mexicana y el fin de los paradigmas propuestos por el INI histórico; esto es más presente que nunca. El paradigma del INI histórico se confronta actualmente con el hecho de que ya no hay “indios” que estudiar, o que los indios –y la grave desindianidad inter-generacional que ocurre actualmente- no quieren ser “objetos de estudio” y se vuelven sujetos de estudio, aunque la antropología occidental designe esta postura crítica como “el punto de vista del nativo”, o bien, escorada a la izquierda, la designe con el rimbombante eslogan de las “epistemologías del sur” y sus antropologías surianas.[7]
En Quintana Roo, soy pesimista, el turismo caníbal ha tendido todas las trampas para la disolución completa de la etnicidad, reduciéndola a folklor mal entendido, a una marca vendible al turista blanco (la mayanidad), y en donde las cotas de desbarajuste socio-económico entre "la zona maya" (centro de Quintana Roo, Lázaro Cárdenas) y la zona norte turística, han configurado eso que dice Roger Bartra: La etnicidad en ruinas y las distintas modernidades habidas entre la ruralidad alrededor de Felipe Carrillo Puerto, y la sobremodernidad existente en la zona norte del estado. Estudios recientes al respecto, han puesto los focos rojos y han previsto, tal vez de forma más pesimista aunque no errada, el mundo maya que desaparece.[8]
Es decir, mientras en Quintana Roo, unos son hasta postmodernos, otros no llegan ni al siglo XIX si a términos de salud, bienestar, educación o tecnología hablamos. A pesar de discursos creados por una pujante e inquieta mayanidad profesional en el centro de Quintana Roo (de las canciones de Pat Boy hasta los versos de Wildernain Villegas Carrillo, así como la puesta en circulación de un periódico bilingüe, La Jornada Maya, o la estructuración de un canon gramatical para el idioma maya yucateco), la pérdida y las ruinas étnicas no se pueden negar.
En 1977, un lejano año ya, dos antropólogos argentinos, Miguel Alberto Bartolomé y Alicia Barabas, sacaron un libro ya clásico, donde se profundizaba en los pareceres de Alfonso Villa Rojas sobre “la gran transformación ocurrida en el centro de Quintana Roo de 1935 a 1977[9]; esta “gran transformación”, en realidad radicaba en el brutal y continuo ataque que los órganos del Estado en la zona (desde la escuela, el INI histórico, el sistema municipal y las leyes estatales, sin qué decir del turismo) comenzaban a implementar. Más de medio cuarto de siglo, las condiciones son difíciles en ese estado para la cultura “derelicta” maya, aunque no niego que se da un proceso de culturalización del movimiento indígena en esa región, una culturalización que defiende la identidad promovida hasta por los órganos estatales, a cambio del descafeinamiento de propuestas políticas más radicales. Es decir, en palabras de Charles Hale, “el indio permitido” es el indio que folkloriza y culturaliza tenuemente. El “indio no permitido”, es el que cuestiona, critica, propone otra alternativa de poder. No necesito decir, que los derechos indígenas, en Quintana Roo, se reducen a una cómoda simulación de derechos, o cuanto más, a unos derechos, no indígenas, sino indigenistas.[10]
Y esto lo podemos ejemplificar en un caso paradigmático: mientras que tanto en Yucatán como en Quintana Roo, el CDI promueve el "rap maya" y se da cobertura a las canciones de Pat Boy (algunas de ellas, contestatarias y críticas del marasmo democrático actual) y se le pide su presencia en el rito étnico de una mayanidad impostada en el FIC Maya (este el caso del indio permitido en Yucatán), otras posturas radicales y cuestionadoras de la mentira política y la rapiña como forma de gobierno, son acalladas, ninguneadas, burladas y, en casos brutales, encarceladas por nueve meses. No necesito decir que este es el caso de Pedro Canché.
Pero entre las ruinas étnicas, las simulaciones de derechos y la folklorizacion de la cuestión étnica, las rebeldías salen a flote, Pedro Canché hace periodismo, y su trabajo mueve los cimientos de la mentira estatal.






[1] Bartra, citado en mi tesis de maestría en ciencias sociales titulada: Radiografiando la autonomía de los herederos de la Cruz Parlante: de la autonomía cruzoob a los derechos “indigenistas”, Chetumal, UQROO, 2010, p. 97.
[2] Pablo de Llano, “Bartra: ‘El individuo hiperconectado está más solo que nunca”, El País, 13 de septiembre de 2015.
[3] Sergio Ocampo Arista, “Comunidades de Guerrero, convertidas en pueblos fantasmas por la ola de violencia”, La Jornada, 20 de mayo de 2015.
[4] “Querétaro es el 'tigre' mexicano. Su economía crece a tasas muy superiores a la nacional”, Arena Pública, 10 de agosto de 2015.
[5] La influencia de la geografía en las sociedades es un tema caro para la geografía histórica, planteada magistralmente por Fernand Braudel. Aguirre Rojas, siguiendo estas ideas, describe tres Méxicos existentes en el Estado mexicano actual. Véase Carlos Aguirre Rojas, Contrahistoria de la Revolución mexicana, México, Facultad de Historia de la Universidad Michoacana, 2011, pp. 13-34,
[6] Pablo de Llano, “Bartra: ‘El individuo hiperconectado está más solo que nunca”, El País, 13 de septiembre de 2015.
[7] Cfr. Miguel Alberto Bartolomé, Procesos interculturales. Antropología del pluralismo cultural en América Latina, México, Siglo XXI, 2008; Claudio Lomnitz, “La etnografía y el futuro de la antropología en México”, Revista Nexos, 14 de noviembre de 2014.
[8] Cfr. Pedro Bracamonte y Sosa, Gabriela Solís y Jesús Lizama, Un mundo que desaparece: estudio sobre la región maya peninsular, México, CIESAS, 2011.
[9]Alfonso Villa Rojas, Los elegidos de Dios. Etnografía de los mayas de Quintana Roo, México, INI, 1987.
[10] Gilberto Avilez, Radiografiando la autonomía de los herederos de la Cruz Parlante: de la autonomía cruzoob a los derechos “indigenistas”, Chetumal, UQROO, 2010.

domingo, 13 de septiembre de 2015

UN FALSO POLEMISTA Y UN POLEMISTA COMPLETO: ANTONIO BETANCOURT PÉREZ Y PEDRO ECHEVERRÍA


Todo el gremio de las cacatúas oficiales en Yucatán, reconocen y dicen que el único polemista del siglo XX yucateco fue el "socialista" Antonio Betancourt Pérez (1907-1997). Betancourt mismo, como perfecta vedette que era,  construyó su imagen de “polemista”. Del griego πολεμιστής, combatiente, los amigos del “marxista” Betancourt lo consideraban como un escritor siempre a punto de liarse, a golpes de tinta, hasta con el vendedor de tortas de cochinita del Mercado Lucas de Gálvez.[1]
Ben Fallaw, un historiador yanqui, hasta le dedica páginas completas cuando aborda el Cardenismo en Yucatán.[2] ¿Fue en verdad Betancourt Pérez un escritor polemista yucateco? Si consideramos por polemista al escritor que, antes que nada, polemiza con el poder o con el príncipe y las versiones históricas, políticas y hasta religiosas del poder, Betancourt Pérez no fue un completo polemista. Cuanto más, lo podemos considerar como un camorrista, un sedicente y un hombre con verborrea ribeteada de un catecismo marxista.
            Vuelvo a repetir: ¿Fue Betancourt Pérez un polemista? Falso de toda falsedad, considero que Betancourt Pérez fue un camorrista indigesto pero sus polémicas las realizó dentro del sistema al cual servía hasta en sus nimias críticas, el priismo. En un artículo de 1992, Mario Vargas Llosa señaló algo que no hay que perder de vista, y con el cual podemos caracterizar la supuesta vena polémica de Betancourt Pérez: la idea de que la DICTADURA PERFECTA, para obtener la hegemonía y legitimarse ad eternum en su omnímodo y escatológico poder, recurrió, incluso, al reclutamiento de intelectuales “críticos” y “contestatarios” con el régimen dictatorial priísta. Conscientes o no, esos “intelectuales” críticos con el régimen, le hacían el favor al sistema hasta con las pedradas que le tiraban al régimen. Betancourt ni a "tirahulazos" llegó con sus Cartas peninsulares.[3] 

Como polemista del sistema y no como polemista fuera del sistema y contra el sistema,  Betancourt Pérez polemizó con Fidelio Quintal Martín, con el panista Víctor Correa Rachó, con Gilbert Joseph que llegó a decir que Felipe Carrillo Puerto permitió actos de tortura en su régimen, con el Diario de Yucatán, con el hispanista Rubio Mañé y con el neocolonialista Chamberlain, y hasta con la iglesia católica, pero esas polémicas las hizo dentro del sistema. A ver, cuestiono, ¿en qué punto de su discurso "progresista” de más de 50 años, cuestionó al gobierno?, ¿hay una sola línea de Betancourt Pérez escrita en apoyo al movimiento estudiantil a partir de 1968, qué pensó del asesinato de Efraín Calderón Lara? No hay nada sobre esos tópicos, nada de Betancourt Pérez fue contra el sillón autoritario en el cual se encamó con suma conchudez.

El único cuestionador, crítico, intelectual y hombre consecuente con sus ideas de izquierda libertaria en Yucatán, es Pedro Echeverría Várguez, un combatiente del pensamiento nacido en 1940 en el pueblo de Hocabá, cercano a Mérida. Hace falta un trabajo que de cuenta de la biografía de Pedro Echeverría. Este que escribe, apenas y se va enterando del año de su nacimiento, sin embargo, no sabemos en dónde transcurrieron sus primeros años, qué carrera eligió, qué doctorado cursó, cuándo le entró el gusto por indagar en la política pasada, qué nos puede decir de los ferrocarriles y las haciendas de Yucatán, cuál es su fórmula para escribir hasta los 75 y estar al tanto del mundo, del país y del patio? Y más, ¿fue lector de Octavio Paz, quiénes son sus autores favoritos, se declara anarquista, socialista, marxista de los últimos días, libertario?, ¿estudió antropología? ¿cómo le surgió la idea de escribir sus dazibaos y cuanto tiempo duraron sus periódicos públicos?, ¿escribirá sus memorias?, ¿cómo podemos seguir esa senda de cuestionar todo el espectro político?, ¿habrá alguien que pueda conjuntar y analizar sus escritos anticapitalistas?

Autor de indistintos temas que van desde la historia de los ferrocarriles, la educación en México y Yucatán, el socialismo y los partidos políticos en el patio y a nivel nacional; y siendo profesor en la Facultad de Arquitectura de la UADY, Echeverría escribió sobre tópicos de arquitectura y hasta de historia obrera.[5] La obra de Echeverría se mueve entre el análisis ponderado y profundo de un tema trabajado con pedagogía de viejo profesor de vieja guardia, y la virulencia de un apasionado por la justicia y la defensa de un estado mejor de cosas que el abyecto presente. Podemos citar una serie de libros que Echeverría ha dado a la estampa, pero creo que mucha de su obra se encuentra desperdigada por el mundo del internet. Un hombre de 75 años en el momento en que escribo esto, sorprende que con su edad sea tan activo, publicando y analizando desde su casa meridana.[6] Sus escritos anticapitalistas tal vez llegan a un público más amplio, que las sesudas y aburridas tesis de los académicos de misa y olla, escritas con letra profesoral (indigestas) generalmente para sus pares. Echeverría, al contrario del silencio de Betancourt Pérez, tocó tanto el movimiento estudiantil de 1968, como el asesinato del Charras[7]. Y desligándose del “viejo abuelo” de Betancourt, así como del medio millar de hagiógrafos de Carrillo Puerto, antes del libro “desmitificador” de Gilbert M. Joseph,[8] en 1985 Echeverría formulaba las siguientes reflexiones sobre el mito carrillista:

De entrada, para cuestionar ciertos dogmas, hay que hacer algunas preguntas: ¿hubiera actuado igual Carrillo Puerto en una época que no fuera precisamente la más alta de la revolución mexicana? Si Carrillo no hubiera muerto en 1924, ¿hubiera sido otra vez gobernador como lo fue Tejada o Garrido Canabal o como el mismo Obregón se reeligió? O acaso, ¿hubiera ejercido el maximato en Yucatán para luego salir desprestigiado? ¿Se pudo haber construido el socialismo en Yucatán o era la fiebre de aquellos años? O quizá para alcanzar la categoría de mártir sea necesario morir en el mejor momento y en manos de la “reacción”.[9]

Sin duda, para terminar estos apuntes sobre los dos tipos de polemistas que existen en Yucatán (los polemistas dentro del sistema, como Betancourt Pérez; y los polemistas fuera y contra el sistema, como Echeverría), podemos recordarle al reportero José Repetto Menéndez que hace falta una entrevista a profundidad con el maestro Echeverría. Los historiadores de un futuro posible se lo agradecerán.

Antonio Betancourt Pérez







[1] Cfr. Juan Duch, Antonio Betancourt Pérez, polemista e historiador, Mérida, Yucatán, Sin Editor, 1975.
[2] Ben Fallaw, “El Cardenismo en Yucatán (I, II y III). Antonio Betancourt Pérez, la educación y la izquierda en Yucatán, 1931-1937”,  Unicornio, Suplemento Cultural del Por Esto!, 13, 20 y 27 de febrero del 2000, pp. 3-9. Igualmente, véase Fallaw, Cárdenas Compromised. The failure of the Reform in Postrevolutionary Yucatán, Durham and London, Duke University Press, 2001.
[3] Mario Vargas Llosa, Sables y Utopías. Visiones de América Latina, Lima, Aguilar, 2009.
[5] Existe una separata de 31 páginas del maestro Echeverría denominado Los albañiles y la construcción en Yucatán, Mérida, UADY, Facultad de Arquitectura, 1997.
[6] Escritos anticapitalistas es el más reciente blog de Pedro Echeverría.
[7] Apunto las siguientes separatas sobre el tema escritos por Echeverría: Movimiento estudiantil de 1968: ¿Qué pasó en Yucatán?, ¿Cómo le interesó a la prensa?; El gobierno de Loret y el asesinato del Charras: ¿Cómo pudo el gobernador controlar a la prensa?
[8] Gilbert M. Joseph, Revolución desde fuera. Yucatán, México y los Estados Unidos, México, Fondo de Cultura Económica, 1992.
[9] Pedro Echeverría V., La política en Yucatán en el siglo XX (1900-1964), Mérida, Yucatán, Maldonado Editores, 1985, pp. 36-37.