viernes, 4 de diciembre de 2015

Epitafio para una biblioteca chetumaleña

La Rojo, Chetumal, Quintana Roo.

"Me habitué a trabajar en las bibliotecas desde mis años universitarios y en todos los lugares donde he vivido he procurado hacerlo, de tal modo que, en mi memoria, los recuerdos de los países y las ciudades están en buena medida determinados por las imágenes y anécdotas que conservo de ellas”. Mario Vargas Llosa. [1]

Como Vargas Llosa, yo igual he tenido una cercanía muy estrecha, casi íntima, con algunas bibliotecas públicas a lo largo de más de una década. En un momento que no tenía ni para comprarme un libro, que eran los años de estudiante de derecho, la biblioteca pública fungió –y aquí recuerdo a Pedro Henríquez Ureña, que pensaba lo mismo- como mi biblioteca personal, aparte de que me dio momentos de tranquilidad, alejado del tráfico de la vulgaridad de la vida cotidiana y el molesto ruido acezante de las calles. Y es que los que no conocen bien a bien las funciones sociales, culturales y hasta amorosas de las bibliotecas públicas, nunca sabrán que estos recintos del saber son el mejor lugar para ligar a las mujeres más inteligentes del tórrido trópico, y no en el consabido bar de la esquina, ni asistir a una fiesta guarra, o estar en medio de una cacaraqueante y apestosa discoteca, repleta de humo de cigarros, ruido y música barata.
Además, siempre estará la presencia femenina en ellas. Uno se jacta de decir, que siempre ha sido el favorito de todas las bibliotecarias de los tres rumbos de la Península: sean gordas, flacas, bonitas, feas, jóvenes o milf rompedoras de hamacas, a uno siempre lo han tratado con cariño, a veces hubo flirteos que, para mi mala fortuna, no pasaron el umbral de la puerta de calle. De que me entiendo mejor con las bibliotecarias, lo pueden decir la legión que me recuerda.
A los bibliotecarios los he tratado con desdén y suspicacia, no es fácil de que me abra a la confianza de ellos, pero se ha dado casos de que he conocido algunos amigos entrañables. Sin embargo, recuerdo que Borges, figurándose el paraíso como una especie de biblioteca infinita,  fue ese bibliotecario inmortal, ciudadano y sumo pontífice permanente de la ciudad de los libros, dados a unos ojos sin luz y que sólo podía leer en la biblioteca de los sueños, y que desde el alba hasta el crepúsculo, fatigaba “sin rumbo los confines de esta alta y honda biblioteca ciega”.
No exagero si digo que toda mi formación o deformación cultural, lo he aprendido, no en las aulas universitarias, sino en las bibliotecas públicas o semi públicas.[2] En un anterior artículo, he hecho un elogio de las bibliotecas públicas:

Tengo que reconocer, y dar gracias, a la idea de la red de bibliotecas públicas, cuyo fermento comenzó desde los inicios de la Revolución mexicana;[3] tengo que reconocer que mi formación, con fallas, ripios y todo, se debe a que yo sí que le creí a don Juan José Arreola (el autodidacta perfecto), e hice mío la certeza del “pensador inglés” (hasta ahora, no sé quien fue ese “pensador inglés” que señalaban las introducciones de los libros de la editorial Océano que llenaba un estante completo de la biblioteca de mi pueblo), y que decía que “la verdadera Universidad hoy día son los libros”. Luego, cuando supe que Saramago no terminó ni su primaria y que nunca estudió para historiador o para “profesor de literatura” o para antropólogo o abogado, etc., etc., y que se la pasaba todos los días, después de salir del trabajo, encerrado en la biblioteca pública de Lisboa leyendo sin un sistema definido estantes y estantes de libros, supe que mi vocación -y mi profesión- sería la de lector. Me defino, no como "historiador", y menos como "abogado", pero sí como un lector que lee con seriedad lo que le pongan enfrente. Me declaro lector en vez de historiador. Antes que nada, y después de todo, soy y seguiré siendo lector, mi oficio es el oficio más viejo del mundo (los primitivos hombres ya leían sus mitos, ya contaban sus historias alrededor del fuego, ya escudriñaban las estrellas).[4]

Actualmente, la RENABIP, una de las más grandes de Latinoamérica, cuenta con 31 redes estatales y 16 redes delegacionales, con un número de 7,365 bibliotecas públicas en todo el país, que ofertan el acceso a la información, el conocimiento, las tecnologías de la información y la cultura, a un universo de 30 millones de usuarios. Los saldos de más de treinta años de existencia de la RENABIP dejan mucho que desear: no somos ni de lejos un país de lectores, las cifras de bibliotecas en el país no dicen mucho, en varios municipios –y más si hablamos de municipios indígenas o con fuerte presencia indígena, como ocurre en buena parte de los municipios de Yucatán[5]- no se ven más que como elementos decorativos,  no se logra todavía concebir a la biblioteca pública como un elemento importante y un almácigo para la formación de ciudadanos cultos y libres, tenemos serios problemas en comprensión lectora y escritural en todos los niveles educativos, y buena parte de las 7,365 bibliotecas de la RENABIP se encuentran prácticamente en el olvido.[6]
Sin embargo, hay sus excepciones: recuerdo que en secundaria fui por primera vez a la hoy extinta biblioteca de mi pueblo. No sabía que iniciaba una formación lectora, sin más método que el de mis pocas luces me dieran a entender. Y la formación autodidacta, mis lecturas sin un sistema definido, la voraz e incurable enfermedad por saber, por leerlo todo, por discutirlo todo, por entenderlo todo, se dio en el silencio que me concedía la biblioteca pública de mi pueblo.
Desde aquella biblioteca de pueblo en el sur de Yucatán, y que debido a la acechanza de los bárbaros, no existe actualmente, donde comencé a leer a los clásicos de la literatura latinoamericana; hasta el enamoramiento profundo que sentí por la biblioteca Santiago Pacheco Cruz, de mi alma máter, la UQROO, y la biblioteca pública central de Quintana Roo, Javier Rojo Gómez, “la Rojo”, de Chetumal, en donde a lo largo de más de 5 años, fui un asiduo lector de literatura, ciencia política, derecho, historia, poesía, antropología y hasta arqueología, y un mucho de filosofía, y otro tanto de teología, mi formación siempre ha sido la de un autodidacta perdido en los arrabales de las bibliotecas públicas.
En mis años de estudiante, desde las 12 del día en adelante, o, cuando me decidía a no asistir a las aburridas clases de derecho –que ocurría en infinidad de ocasiones y por cualquier pretexto-, desde temprano, recordando al Borges de mis lecturas, yo me afanaba por los laberintos de estantes de la Rojo Gómez, y fatigaba sin rumbo los confines de esa honda y setentera biblioteca chetumaleña:

Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías
símbolos, cosmos y cosmogonías,
brindan los muros, pero inútilmente.

Ahí aprendí a leer, leía con terquedad, aprendía palabras, intentaba hacerlas chillar, comencé a tener la manía de apuntarlo todo en unas libretas de pasta francesa, que con el tiempo nombré como carpetas de apuntes: desde frases que me gustaban, palabras que desconocía, e ideas y bocetos de cuentos o situaciones que se me ocurrían. Tengo, en mi archivo personal, más de 10 carpetas de apuntes de mi paso silencioso como “usuario” de la Rojo Gómez. No dudo en decir que yo soy egresado de la biblioteca Javier Rojo Gómez de Chetumal, así como de la Santiago Pacheco Cruz, de la UQROO.
            Por eso me sorprendió, y, al principio, me causó hondo pesar, leer que la biblioteca Javier Rojo Gómez, uno de mis símbolos con los cuales me defino con la extraña identidad de chetumaleño, fue cerrada por decisión de la subsecretaría de Cultura de la SEyC, después de un peritaje donde se comprobó una pérdida incuantificable tanto en el inmueble como en el acervo cultural, producido por las pasadas lluvias de octubre de 2015, las cuales literalmente inundaron a Chetumal. En su portal que dirige, Javier Chávez Ataxca escribió un conmovedor alegato, fustigando la dejadez de las autoridades culturales de Quintana Roo, a las cuales, al parecer, les importa nada la cultura y la historia de ese estado, aunque el cronista vitalicio de Chetumal, el siempre complaciente Nachito, aplauda como foca que la biblioteca sea removida a un cuchitril, y como muchos chetumaleños, no logre ver que el daño sufrido por el inmueble se debe, no a las infaltables lluvias de octubre, sino a la incuria y filisteísmo del gobierno borgista, y de anteriores gobiernos, que tal vez consideran a la lectura y su fomento como asunto menor para formar plenos ciudadanos. No por nada, Chetumal está maniatado por una rancia “aristocracia de la hamaca”, y por una sociedad burocratizada, que sigue votando por un partido no obstante las pésimas administraciones que ha tenido.
Un edificio con más de 40 años de antigüedad, y  que lleva el nombre de un insigne gobernador del otrora Territorio de Quintana Roo, representa toda una historia, un mar de recuerdos, y un patrimonio cultural para los quintanarroenses. Sería fácil acusar a las lluvias, al mal tiempo, a los años que no perdonan nada, pero todos sabemos que los daños que abundan como la peste en ese edificio, tiene un solo responsable, un solo culpable: el filisteísmo y la politiquería barata y palustre de gobiernos autoritarios a los que la cultura sólo les sirve de relumbrón y mascarada. Al principio, por la prensa se dijo que el peritaje arrojó pérdida total, y que el edificio, o se derrumbaba, o se caí en pedazos.
Ahora, los ladradores oficiales salen con la noticia de que la Rojo Gómez todavía resiste unos añitos, y esto tal vez se deba a que las autoridades actuales de ese estado, saben que si ese edificio se derrumba, dejaría a las claras, y de forma prístina e inequívoca, la tremenda irresponsabilidad y el poco compromiso con los recintos culturales de los chetumaleños (y aquí no sé cómo está el Museo de la Ciudad, cerrado hasta nuevo aviso; la Casa de la Crónica hiede a tiempo viejo y clausurado, el Museo del Faro es una novedad que debemos cuidar y mejorar, y el Museo de la Cultura Maya tal vez respira como si tuviera piedritas en los pulmones). Rehabilitarse o no, las palabras del editorialista de Periodistas Quintana Roo son las más cuerdas que hasta ahora he leído sobre el histórico edificio que albergaba la Biblioteca Javier Rojo Gómez:

En los hechos, la histórica biblioteca dejó de ser una prioridad desde hace muchos años para las autoridades que la dejaron en completo abandono, hundida en su agonía. No se invirtió en el cuidado del edificio, a pesar de que su casi medio siglo de vida le provocaba achaques constantes. Tampoco se destinaron recursos para actualizar su acervo bibliográfico y digital, lo que provocó su decadencia. Como resultado, en sus últimos años de vida la biblioteca central de Chetumal se convirtió en un lugar sombrío y fantasmal, pues los pocos estudiantes que la visitaban empezaron a emigrar a mejores opciones, como son las bibliotecas de la Universidad de Quintana Roo y del Instituto Tecnológico de Chetumal, más actualizadas y con más recursos. El cierre de la histórica biblioteca es doloroso para muchas generaciones de chetumaleños, que una vez más contemplan como parte de la historia de esta capital es borrada sin chistar.[7]

La duda que a uno le atrapa de todo esto, es saber hasta cuándo la rehabilitación comenzará, y cuál es el plazo para terminarlo: ¿un sexenio, o primero se rehabilitará el adefesio anti ecológico que infecta la bahía de Chetumal, obra criminal del criminal Sebastián? Como lector, bibliómano y bibliófilo, si estuviera viviendo en Chetumal, desde luego que el cierre temporal, no definitivo, etcétera, de la biblioteca, me afectaría, me jodería los días, me desbarataría las rutinas. Una voz autorizada de Chetumal, preguntándole su parecer sobre la grave crisis que ocurre a nivel nacional con las bibliotecas públicas, me señaló que no sólo se debería restringir a “rehabilitar” el edificio, sino que se debe modernizar y de acuerdo con los nuevos estándares de la ciencia bibliotecológica, así como contratar gente especializada que atienda a los usuarios, y pagar lo justo a los bibliotecarios: “una biblioteca pública bien puesta –me comentaba- es lo menos que merece una población”. Y esto, cuando en el área de Chetumal, sólo existen tres bibliotecas públicas (sin contar las del Instituto Tecnológico de Chetumal y la de la UQROO) para una población de alrededor de 158,000 habitantes que cuenta Chetumal y Calderitas: una por cada 52,666 habitantes. La Red de Bibliotecas Públicas de Quintana Roo, desde luego, es muy pequeña y pobre, y no se compara con otras redes estatales como las del bajío, incluso con las de Yucatán.
            La Rojo Gómez, nuestra biblioteca, no merece un epitafio, merece otro gobierno, menos filisteo y al cual tanto la cultura como la historia de Chetumal no le importe un comino.





[1] Mario Vargas Llosa, El lenguaje de la pasión, Aguilar, México, pp. 188-89.
[2] Me refiero, a las bibliotecas de las universidades y centros de investigación por las que he pasado, como las bibliotecas de la UQROO, de la UADY, y del CIESAS. Igualmente, hay que reconocer a la magnífica Biblioteca Yucatanense, especializada en documentos y textos de la historia regional de la Península.
[3] Aunque como Red Nacional de Bibliotecas Públicas (RENABIP) se gestó en el plan sexenal de 1982-1988, constituyéndose en 1983. En 1988 se promulgó la Ley General de Bibliotecas.
[4] Gilberto Avilez Tax, “Elogio de las bibliotecas públicas”. Desde la Península…y las inmediaciones de mi hamaca, 23 de julio de 2012.
[5] Véase mi artículo donde hice eco de la imbecilidad aldeana de un pueblo yucateco donde se quemó una biblioteca pública sin que nadie haya protestado: Gilberto Avilez Tax, “Carta abierta de un bibliófilo y un bibliómano: ‘En esa biblioteca de pueblo han entrado los bárbaros’”, en Desde la Península…y las inmediaciones de mi hamaca, 10 de febrero de 2014, http://gilbertoavilez.blogspot.mx/2014/02/carta-abierta-de-un-bibliofilo-y-un.html
[6] Cfr. el artículo “30 años de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas  y el acceso a la Información en México (1ª parte)”, 21 de agosto de 2015, en http://www.infotecarios.com/30-anos-de-la-rnbp-1a-parte/. “En el olvido bibliotecas públicas del país; en el DF, una por cada tres cantinas”, 23 de junio de 2015, en: http://www5.diputados.gob.mx/index.php/esl/Comunicacion/Boletines/2015/Junio/23/5730-En-el-olvido-bibliotecas-publicas-del-pais-en-el-DF-una-por-cada-tres-cantinas
[7]Adiós a histórica biblioteca”, en Periodistas Quintana Roo,

Los otros Zacapoaxtlas

Busto en bronce del general cruzoob, Bernardino Cen. Museo de la Guerra de Castas, Tihosuco.


Si los indios de Zacapoaxtla y los de Tetela y Xochiapulco le hicieren frente al mejor ejército del mundo, el de los zuavos, propinándoles estrepitosa derrota el 5 de mayo de 1862, en otra tierra, en otro sol y en otra geografía, en la Península, el infatigable general de Santa Cruz, Crescencio Poot, mantuvo a raya a los ejércitos que había mandado el Emperador de la mochiza meridana a combatir y querer derrotar a los hijos de la Cruz Parlante. En un apartado de mi tesis doctoral, escribo lo siguiente:
Contrario a los mayas pacíficos, que negociaron su autonomía con Maximiliano como antes lo habían hecho con los yucatecos desde 1852, los de Santa Cruz, o cruzoob bravos, responderían con pólvora ante las insinuaciones de los imperialistas:

Los cruzoob bravos alcanzaron su más importante cuota de autonomía y beligerancia durante el segundo Imperio. Juntaron alrededor de cuatro mil soldados, algunos dotados de buen equipo bélico, que adquirirían en la colonia británica. De la misma forma como los regímenes que le precedieron y que le seguirían, el de Maximiliano no declinó en su intento por liquidar a los bravos. Pero, como siempre, las campañas gubernamentales no rindieron el fruto deseado (Falcón, México Descalzo, 2002, pp. 213-214).

Los esfuerzos militares del comisario imperial en Yuctán, José Salazar Ilarregui, y del coronel Felipe Navarrete y hasta del que escribió la novela racista Cecilio Chi y compuso un tratado sobre la Guerra de Castas, Severo del Castillo, así como de generales vallisoletanos como Daniel Traconis y Francisco Cantón, se toparían con una nueva estructura de poder maya con alta experiencia militar –la dupla Crescencio Poot-Bernardino Cen, entre otros-, y con más de una generación de mayas adiestrados en el arte de la guerra, los cuales llegaron hasta a soliviantar a los que en 1852 habían firmado la paz con Yucatán, los llamados “pacíficos del sur”, complicando la campaña para los imperialistas.
Entre febrero de 1865 y mediados de 1866, el imperio de Maximiliano mandó a sus tropas a Yucatán para –palabras de Maximiliano- terminar con el “estado verdaderamente escandaloso” en el que la Guerra de Castas había subsumido a la Península. Una comisión de generales austriacos – como “aves de paso” se refirió Reed de ellos-, el comisario imperial y los generales imperialistas yucatecos, propusieron como estrategia para acabar la resistencia de los de Chan Santa Cruz, mantener el acuerdo de paz con los mayas pacíficos de Icaiché, exhortando también a los cruzoob mediante la proclama en maya y español ya apuntada, a avenirse al Imperio. Recordemos que en noviembre de 1864, el representante de Maximiliano en Mérida, José Salazar Ilarregui, se dirigía con estas palabras a los “jefes y habitantes de Chan Santa Cruz y otras poblaciones anexas”, apelando a una rancia tradición de “conquista”:

“A ustedes, descendientes de los antiguos habitantes de esta Península y súbditos del gran monarca y Emperador Carlos V, a ustedes me dirijo para hacerles saber que un Príncipe ilustre en todo el mundo y tan poderoso como bueno, el Emperador Maximiliano, desciende de ese gran Emperador Carlos V, soberano de sus antepasados hace trescientos años, es quien ahora gobierna la gran Nación Mexicana”.


Ilarregui externaba que la lucha que libraban los de Santa Cruz con los yucatecos ya no tendría razón de ser, porque para el paternal Maximiliano, tanto yucatecos como cruzoob eran para él iguales, sus “hijos”. Maximiliano les ofrecía “la paz”, pero que si no quisieran ésta, los de Santa Cruz serían “culpables de todos los males que vengan de la guerra, y Dios les castigará a ustedes, a sus hijos y a sus nietos” (Quintal Martín, 1992: 121).

Estas palabras, sin duda tenían una veta habsbúrgica, y recordaba el inefable “requerimiento” de tiempos de la conquista. Los jefes rebeldes –Bonifacio Novelo, Crescencio Poot y Bernardino Cen- obviamente que estarían a favor de la guerra, porque Maximiliano no era su rey sino el de los yucatecos y mexicanos imperialistas, como recordaría Crescencio Poot en 1869.
Desde luego, la campaña seguiría contra el bastión de la resistencia maya. Para mediados de 1866, Traconis se trasladó a Tihosuco para defender la plaza y fortalecerla, pero en ella quedó aislado por los cruzoob desde el 3 de agosto, sin ser ayudado por las tropas imperiales del general Francisco Cantón, derrotado en las trincheras de Majas por Crescencio Poot. 30 días los yucatecos estuvieron a la espera de recibir alguna ayuda del exterior, comiendo hasta gatos, perros y suelas de sus botas para sobrevivir al sitio de Tihosuco, y esta ayuda fue cortada por las patrullas de los soldados de la Cruz Parlante; y sólo cuando estos decidieron, por voluntad propia, abandonar el sitio defendido por unas tropas yucatecas abastecidas apenas por una columna de soldados que lograron colarse hasta Tihosuco para engrosar las filas de Traconis, fue cuando esta pírrica defensa numantina del bando de la “civilización” fue considerada por los yucatecos “como uno de los triunfos más importantes de la contienda”. Traconis, que sólo pudo aguantar y aguantar sin poder golpear a las huestes de Poot que habían sitiado a Tihosuco, fue recibido, junto con su guarnición, casi en calidad de héroe, haciéndoles fiestas, saraos, desfiles, discursos engolados y composiciones.
Las buenas albricias de una “victoria” de los yucatecos serían palabras al viento, pues la guerra seguiría por nuevos rumbos, y Tihosuco, plaza defendida a pólvora por las huestes de Traconis atrincheradas a cal y canto, fue totalmente destruido,36 y poco tiempo después sería abandonado y el frente de guerra se trasladaría a Peto.  Años de batallar contra los soldados de la “civilización yucateca”, habían transformado a aquellos campesinos en unos soldados experimentados que sabían a la perfección el oficio del guerrero (o en su caso, del guerrillero). El 1 de julio de 1869, una alocución de los de Chan Santa Cruz, dictada tal vez por Crescencio Poot desde el pueblo de Tibolón, cercano a Peto, vaticinaría la ola de terror que se iniciaría en el Partido de Peto en la década de 1870:

Hoy me hallo en este pueblo con los leales á nuestro padre á pelear con los que quieran, pues á esto estamos; todo el que caiga en acción de guerra morirá; el que se presente entre nosotros en paz, lo recibiremos gustosos. Hoy han venido a querernos espantar y han quedado escarmentados, como lo tienen a la vista. Nosotros no solo peleamos con el Gobierno, sino hasta con el Rey de Vdes; somos soldados de nuestra Santísima Cruz y de las Tres Personas, á quienes respetamos y veneramos…No pedimos prestado, tenemos tropas, parque para quemar á todos Vdes; hasta para diez años. Pronto iremos á quemar á Mérida…Si el Gobierno no tiene parque, que me pida y le daré dos ó trescientas mil cajas, y obuses y granadas, lo que quiera le daré; que no se moleste en pedir ayuda á México; ya ven que nosotros no pedimos á nadie. Vdes. lo sentirán prepararse y verán si no es así. Mérida va á caer y todo Yucatán será nuestro; pero que no se sacrifique á los tontos; que salga el encargado del gobierno á pelear personalmente conmigo; si viniesen tres ó cuatroscientos hombres bastarán mis asistentes para cogerlos, que vengan como hombres y verán que lo que digo no es una mera bravata sino que es la verdad.



martes, 1 de diciembre de 2015

Comentarios al margen de un ensayo





Me pides que te comente algo de tu trabajo, que te señale puntos, errores, críticas. Pues bien, para empezar, creo que hace falta un mayor dominio del idioma y de la escritura. No existen objetivos claros de lo que pensaste realizar, aunque hay un apartado llamado introducción que no introduce a nada más que a preguntas que en el cuerpo del texto no se abordan ni de lejos.
Tienes un manejo de las citas a pie de página bastante aceptables, aunque te recomiendo dos cosas que detecté; recordando las críticas que uno de mis maestros me hacía, ahora te lo digo para que no transites por esa misma senda umbría: trata siempre de ceñirte a un espacio temporal (y ya no digo, espacial), esos cambios bruscos de tiempo son imperdonables (pasas del XVI al XX en dos palabras), y más en textos de historia.
No utilices lenguajes tan de la cotidianidad (aunque es preciso de vez en cuando sacar de la chamarra del historiador una frase recogida en el documento, la oralidad enriquece siempre), y por eso te recomiendo que leas más, el triple si es preciso antes de querer escribir una sola línea, pues uno, en estos menesteres historiográficos, sólo aprende leyendo a otros, tenemos que ser monos imitadores al principio, como recordaba Pitol recordando a un griego: hay que ir a la yugular de todos nuestros tótems, e ir a la yugular significa digerirlos y deglutirlos lo más que se pueda.
Tu lenguaje, me preocupa tu lenguaje, tienes que mejorarlo, sé exigente con el lenguaje (algo que siempre recomiendo, es el de leer novelas, leamos bastante literatura, yo ando ahora con todo Leonardo Padura). Y otra cosa: si se te dificulta cómo redactar, si la página en blanco del monitor te aterra y te da escalofríos, hay un libro de Sandro Cohen, Redacción sin dolor, que te recomiendo muy mucho.
En la parte de la metodología de la investigación en historia, pues hay tela de donde cortar: desde El oficio de historiar, de González, o un librito socarrón de Mauricio Tenorio Trillo, o el Antimanual del mal historiador de Carlos Aguirre Rojas, o el clásico libro coordinado de Curtis, El Taller del historiador, hasta La historia en migajas de François Dosse, y así nos vamos: Formas de hacer historia, de Burke, etc. Y siendo un poco endogámico, igual te recomiendo libros de un investigador del CIESAS, muy bueno en cuanto a la metodología de la investigación en antropología e historia: Jesús Ruvalcaba Mercado (en librería de la Casa Chata, de Tlalpan, DF, lo encontrarás).
Por otro lado, pues uno siempre empieza fichando -¿sabes fichar?-, tomando notas, apuntando en cuadernos, subrayando libros, escribiendo con la escritura de araña en los márgenes de los libros: eso es necesario siempre.
En posteriores ensayos, y obviamente en la tesis, si es que te quieres casar con la tesis, te recomiendo hacer esquemas, esqueletos de lo que quieres abordar, de preferencia conjuntar apartados por temas, y que estos apartados (lo que no se vio en el texto que me entregaste), que tengan ilación, que se logren conjuntar. Pero los esquemas sólo se harán cuando tú hayas indagado y hayas hecho chillar a las fuentes. El pergamino de Clío que un maestro de donde vengo enseñó a sus discípulos, se basa en un decálogo, muy distinto a las tablas de la ley que le dieran a Moisés:

1)      Elegirás el campo (te casarás con una región o construirás tu región).
2)      Definirás el tema
3)      Planearás el trabajo
4)      Buscarás la información
5)      Almacenarás los datos
6)      Interrogarás las fuentes
7)      Explicarás los sucesos
8)      Estructurarás los apuntes
9)      Compondrás la obra
10)  Comunicarás el resultado.

Pero recuerda esto: todo comienza por una idea. El universo o el multiverso se originó por un verbo que alguien había dejado escapar: de ahí se parte siempre, de esa idea, por eso es necesario tener un buen tema, elegir y delimitar el tema.


domingo, 29 de noviembre de 2015

Versos yucatanenses


Barrio de San Cristóbal

Todos los días te pasaba,
barrio antiguo de San Cristóbal,
todos los días, a pata o en camión,
soportando los calores de los cláxones
y el infierno de concreto arboricida
de Mérida y sus meridanos.
Y fueron tantas las idas y venidas
por tus calles empolvadas, San Cristóbal,
Y tanto ver la casa donde vivió
 El inmortal don Crescencio Rejón,
el Solón padre del amparo mexicano
nacido en el Bolenchenticul de sus mayores,
que a la vuelta de una de tus traficadas esquinas,
canté un bolero y te dije adiós pero volvemos.


Elogio de la chicharra de Xcalachén

Leo en el periódico,
que  “en Xcalachén,
punto donde se unen
el centro y el sur de Mérida,
el rey ha muerto”.
En tiempos en que cayó el henequén,
1948 dicen las crónicas periodísticas,
un hombre, Manuel David Rodríguez,
ex henequero, se fue a los campos de Michigan
a cultivar la tierra de los yanquis en guerra permanente.
Al poco tiempo, el pequeño David regresó al sur,
a ese sur arbolado de Mérida,
y en tierras húmedas del sur compró solar en Xkalachén
y afincó su vida y laboró de matarife
y al siguiente tiempo las chicharras de Xcalachén
y el buche relleno y el castakán y el puyul,
removieron el paladar de hombres y mujeres de esta tierra,
la de menos tierra.
Hoy El Rey David,
la chicharronería creada por Manuel David, está en venta,
dicen que las nuevas generaciones de meridanos
no acostumbran comer como se debe el castakán con la cerveza.

II.

Fementida canalla de meridanos 
y sus ideas de "cultura light" 
que no defendieron nuestra herencia gastronómica,
yo los maldigo no volver a comer cochinita los domingos, 
a ser veganos hasta la octava generación, 

y a perder todo el peso y la gravedad posible, 
y que vuestras mujeres ya no tengan ese chamorro
y esas nalgas amplias y de buen mirar
a las que estoy acostumbrado,
como producto directo de la chicharra no ingerida.
Dios perdone vuestro crimen,
porque yo nunca se los perdonaré.


jueves, 26 de noviembre de 2015

El legado socialista en tiempos de las orgías en la finca Hollywood de Bartolomé García Correa



Repasando la Revista Social. Magazine mensual, que dirigió Gabriel Menéndez en tiempos del Maximato en Yucatán (o Boxpatismo, periodo de predominio político de Bartolomé García Correa, el Boxpato), comprobamos dos cosas: a Carrillo Puerto se le endiosó, se le convirtió en un Kukulkán, y como dios, su doctrina fue enclaustrada y encerrada en la fortaleza que los socialeros de dientes afuera construyeron y denominaron Casa del Pueblo.
Por otra parte, es muy interesante ver que las viejas familias de alcurnia que el Dragón rojo de Motul combatió, con el Boxpatismo regresaron. Las ideas de reforma social, educación, justicia social y modernidad que engendró el movimiento de masas campesinas dirigidos por Carrillo Puerto, degeneró a una fiesta carnavalesca en tiempos del umanense Box Pato, cuyas orgías con la nobleza yucateca en su finca Hollywood y otros socialeros de dientes afuera, fueron célebres. Asimismo, clubes de bienpensantes meridanos volvieron por sus fueros a establecer las costumbres y la moralidad decimonónica.

Pero esto era poco, lo peor del legado socialista estuvo en la condición precaria del campesinado henequenero (distinto al del campesinado en el sur y oriente yucateco, generalmente, chicleros en aquellos tiempos), comprobado por Lombardo Toledano en el llanto del sureste, cuyo culmen se presentó en los crímenes de estado acaecido en Opichén en 1933. 

lunes, 23 de noviembre de 2015

De las paniaguadas plumas del borgismo cacaseno




O de los Godínez de la falsedad oficial noticiosa en Quintana Roo

Hace unos días, supimos de un terrible accidente vial ocurrido cerca de Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo, donde perdieron la vida siete personas, y otras cuatro resultaron heridas. El hecho se debió tal vez por un accidente producido por fallas mecánicas o los siempre descontroles humanos y las imprudencias fatales que pueden presentarse cuando cualquier persona maneja un vehículo motorizado: la incertidumbre al manejar, hasta para el más experto al volante, siempre sucede. Sin embargo, más allá de las obligadas averiguaciones judiciales para deslindar responsabilidades, este accidente dio pie para que más de un miserable paniaguado del borgismo cacaseno, ladrara sus falsedades y politizara hasta la náusea los hechos, pues resulta que el accidente se dio en un convoy donde viajaba el subsecretario de innovación y desarrollo de SECTUR, Carlos Joaquín González.
Los que frecuentamos el análisis político, social, histórico y cultural de Quintana Roo, sabemos que a Carlos Joaquín, el gobernador actual, padre de los borgistas cacasenos, no lo pasa ni en pintura pues es todo lo contrario a lo que representa el borgismo corrupto, autoritario y frívolo, y ha creado hasta fórmulas deturpadas y obsoletas –verbigracia, el Quintanarroísmo- para tratar de excluir a Carlos Joaquín González, de la contienda electoral por la gubernatura de ese estado.  
El mismo día de los hechos, por la noche del 21 de noviembre, y por su página oficial de Facebook, Carlos Joaquín González, con un inocultable sentido humano y cercano a la aflicción de los familiares de los deudos, escribió lo siguiente:

Con gran pena recibí la noticia del accidente automovilístico en la carretera cercana a Carrillo Puerto, en donde lamentablemente diversas personas perdieron la vida o se encuentran gravemente lesionadas, algunos de ellos familiares y compañeros muy cercanos.
A las personas que tienen la pena de haber perdido a sus familiares, les expreso mis respetuosas condolencias y me pongo a sus órdenes por si puedo auxiliar en modo alguno este delicado trance.
Mi equipo y un servidor estaremos personalmente al pendiente de quienes se encuentran lesionados, esperando que muy pronto mejore su estado de salud.
De la misma manera estaremos muy atentos a las investigaciones que lleve a cabo la autoridad competente.
Mi familia y un servidor nos unimos a las oraciones de todos a quienes nos ha afectado este desafortunado accidente, para transmitir esperanza a quienes están sufriendo las consecuencias de este infortunio.


Y a pesar de que el subsecretario haya recalcó que estaría muy al pendiente de las investigaciones respectivas, no había completamente terminado de saberse la noticia, cuando uno de los más inefables e impresentables locutores mercenarios del Borgismo cacaseno, el oficioso hasta el punto de descreer de corrientes democráticas y éticas dentro del partido que gobierna actualmente Quintana Roo, David Romero Vara, desde sus desprestigiados programas de radio y medios de internet exigió a Carlos Joaquín y al coordinador de su precampaña “no encubrir a los causantes de este terrible accidente que ha enlutado a varias familias de la región”. ¿Cree el chayo de la radio que dirige David Romero, que todo en Quintana Roo es borgismo cacaseno, dónde está la credibilidad y la fuerza periodística de un besamanos consuetudinario del poder político en Quintana Roo, como para suponer que todos nadan en el mismo pantano de la prostitución jurídica que ellos?
Todos sabemos que David Romero Vara, no es un líder de la noticia en Quintana Roo, es, sí, un funcionario público, o cuanto más, un Godínez del boletinaje que labora en el Sistema Quintanarroense de Comunicación Social.[1] Desde ahí, pertrechado con sus boletines oficiales y su consigna oficiosa de decir lo que sus patrones políticos le dicen que diga, se presenta ante el público quintanarroense como un “líder de la noticia” en Quintana Roo, sí, pero de la noticia avalada por los censores oficiales en turno. David Romero, hay que apuntar, es una especie de trilobites de la oficialidad periodística, anterior al boom de la noticia independiente en el auge de los medios de internet y las redes sociales, que han ciudadanizado y liberado de ataduras de la voz y la verdad oficial, a la noticia secuestrada por personeros y esbirros oficiales como el que representaba icónicamente, personajes como Romero Vara; y el hoy gris, moribundo y falto de todo crédito, Diario de Quintana Roo, así como otros “analistas” políticos que trabajan para el Sistema Quintanarroense de Comunicación Social.
Frente al periodismo parasitario de la verdad oficial, algunos medios de prensa independiente en Quintana Roo, se han constituido, durante el sexenio borgista, en un dique de la razón acotada por la sinrazón oficiosa: Noticaribe se refrenda en su lucha por la verdad y el cuestionamiento de las larvas políticas, Luces del Siglo ha sido víctima de los atropellos autoritarios, Pedro Canché y Lydia Cacho han aguado la frivolidad cretinezca del borgismo arrabalero. Periodistas Quintana Roo, una página que, al parecer, dirige el periodista Javier Chávez Ataxca, es otro medio interesante para analizar la grilla del patio quintanarroense. Sin embargo, en su muro del Facebook, el periodista Chávez Ataxca, en un avance de su columna Alerta Roja, especial para Periodistas Quintana Roo, en su lectura del accidente, apuntó algunas “reacciones tendenciosas ante las muertes”. Dice Chávez, que el responsable del accidente, un chofer que manejaba una Lincoln, al parecer causante del accidente, “hirió de paso las aspiraciones de su jefe Carlos Joaquín”.
Descreo de esa apreciación de Chávez Ataxca, y por el contrario, considero que hay que elogiar la reacción responsable de Carlos Joaquín desde los primeros momentos de la tragedia. Vaya, te digo, Chávez Ataxca, que un accidente se da en todo momento, en tantas idas y venidas los accidentes automovilísticos se presentan, y esto no tiene nada que ver con las intenciones políticas de nadie.  Chávez Ataxca, en su texto, manifiesta sobre esa “politización de la tragedia”:

Eso que llaman politización de la tragedia no podía ser más certero, ya que predominan posturas convenencieras en función de sus apuestas y filiaciones con determinado bloque de gladiadores que disputan la candidatura priista a la silla de Palacio de Gobierno. Porque si José Luis Toledo Medina estuviese en esta situación tan adversa –sobre todo para las víctimas y sus familiares –, sin duda los simpatizantes de Carlos Joaquín los habrían linchado en redes sociales, cambiando las banderas blancas de la victimización por el hacha y el estilete.

Hasta ahora, no he visto una clara “victimización” de los hechos ocurridos el 21 de noviembre pasado, como sí refiere Chávez Ataxca. Por el contrario, desde mi óptica de analista, lo que he visto es una respuesta de los Godínez oficiales borgistas que, al no poder saber cómo parar el incuestionable prestigio y el favor masivo hacia la figura de Carlos Joaquín González, se valen de cualquier medio para tratar de enlodarlo, aunque sus empresas abyectas les salgan por la culata de su desprestigio como chayos de las verddes oficiales, Por eso me sorprende las apreciaciones de Chávez Ataxca. Este artículo, ¿tiene tintes del "periodismo" borgista cacaseno, o es mi particular interpretación? No concibo a su autor como parte del redil oficial (al contrario, es una voz que necesitamos para tratar de entender el Quintana Roo actual, y su trabajo es más que necesario), pero nadie que no sea un borgista, es el que politiza el asunto: los que han politizado, o tratado de politizar, y al mismo tiempo, de ser jueces y partes, son los borgistas oficiales.
Los hechos acaecidos hace unos días cerca de Felipe Carrillo Puerto, hay que verlos como son: un terrible accidente cuyos causantes (no delito, es un simple accidente) deben responder acatando el debido proceso legal. Nadie sino el borgismo criminal y sus Godínez de seudo periodistas politizan la tragedia.





[1] “Rompeolas: David Romero Vara o el inescrupuloso uso de recursos públicos para fines personales”. Noticaribe, 14 de abril de 2014. 

viernes, 20 de noviembre de 2015

¿Qué lecturas podemos sacar del conflicto en Siria?




Siguendo a Alfredo Jalife-Rahme, experto en geopolítica internacional y conocedor profundo del medio oriente,[1] la lectura del conflicto internacional reciente que ha sacudido al mundo, entre Rusia, Estados Unidos, Francia, Irán, Irak y Siria contra el Estado Islámico (hoy llamado, tercera Guerra Mundial según los estatutos de la ONU, por estar implicado en el conflicto cinco de sus países miembros) deja ver varias cosas: en primera, la gran hipocresía y la doble moral de Europa (algunos países europeos, como España, le compran petróleo a ISIS, el noveno exportador de petróleo a nivel globo, a cambio de armas prohibidas por el derecho internacional humanitario), que acepta y llora a sus muertos de dentro de sus fronteras, al mismo tiempo que es indiferente con la escala del horror en Siria, Líbano e Irak. Además, una ola de miedo pánico y xenofobia racista se cierne contra los refugiados sirios en Europa. 
El doble discurso europeo se hace más patente cuando se comprueba que muchos de los yihadistas que están en las filas de ISIS, provienen de Europa misma (no necesariamente musulmanes nacidos en territorio europeo, sino franceses, ingleses o alemanes de cepa). Y no olvidemos que hace más de un año, las francesas, alemanas e inglesas, iban dispuestas a los territorios del califato de ISIS, para servir como hembras para la reproducción de la tartufa y siniestra especie de los fanáticos descarriados.
En segundo lugar, es un hecho evidente que Israel, ese Estado de los sabios de Sión, así como Arabia Saudita, no serán tocados por ISIS porque, según Edward Snowden, ISIS es parte de una conjura sionista de dominio territorial en oriente próximo: tanto el Mossad judío, la CIA y los servicios de inteligencia británicos crearon a ISIS utilizando una estrategia denominada “nido de avispón”, que atrae a todas las escorias fanáticas de todos los puntos del globo, mediante eslóganes religiosos. Snowden asegura que  “la única solución para la protección del Estado judío es crear un enemigo cerca de sus fronteras”, y que el líder de ISIS, el califa Abu Bakr al-Bagdadi, tuvo un entrenamiento militar con los del Mossad durante un año, así como cursos de teología y oratoria.
El tercer punto a señalar, es la idea del hecho evidente del declive tremendo del anterior Imperio total, que llegó a ser en su momento Estados Unidos después de la segunda guerra mundial: si los yanquis no tienen nada que ver con el surgimiento de ISIS, peor para ellos, pues en más de dos años de estar en Siria, no hicieron absolutamente nada para suprimir a los sunnitas fanáticos de ISIS.
Mientras la barbarie de ISIS ha enseñado, a los ojos del mundo, la podredumbre del hombre religioso, vemos que en otras partes del mundo musulmán, tanto los maestros del derecho y la teología musulmana, así como los ayatolas de Irán, execran de esos descarriados de la ley de Alá y de su profeta.
Y en un último punto, podemos decir que asistimos a una redefinición de la geopolítica internacional y los polos de poder desde Bretton Woods, en 1944: la política económica, humanitaria y militar actual, debe dar paso a una agenda internacional donde el poder es, desde hace tiempo, compartido entre tres potencias mundiales: Estados Unidos, cuyos conflictos internacionales (su derrota en Afganistán e Irak) y financieros (las burbujas económicas que estallaron en 2009 generando una crisis económica mundial) han mermado su anterior incuestionable poder; la potencia económica de China, dominadora de buena parte del globo; y el resurgimiento militar y su reposicionamiento en el pináculo de guerra, de la Rusia del zar Putin.





[1] Véase la entrevista que la periodista Cristina Sada Salinas le hizo a Jalife-Rahme el 18 de noviembre de 2015: “Caos global: Tercera guerra mundial o nuevo orden. Entrevista a Alfredo Jalife”.  https://www.youtube.com/watch?v=chDQg4LAPa0


miércoles, 18 de noviembre de 2015

Sobre la necesaria relación de la historia y la antropología en Quintana Roo: alegato de un clíonauta

Primer recorrido de campo de estudiantes de antropología de la Universidad de Quintana Roo. Generación 1998-2003. La Unión, Quintana Roo, 4 de marzo de 2000. Fotografía proporcionada por Karen Marín Poot, originariamente tomada por Lourdes Somarriba.


Por Gilberto Avilez Tax.[1]
A mi correo llegó esta siguiente cuestión:

Los antropólogos de la Universidad de Quintana Roo[2] estamos por constituir nuestro Colegio de Antropólogos, ayer en reunión de trabajo se discutía sobre las disciplinas afines que podríamos incluir en el colegio. ¿Tú crees que la historia deba ser incluida?

Mi respuesta es que sí, la antropología es necesaria a la historia y viceversa, y  sobra decir que debe de estar cercana con todas las ramas de las ciencias sociales,[3] las humanidades y la literatura: en tiempos de los estudios de la complejidad, de las visiones interdisciplinarias, transfronterizas e “híbridas”, los viejos compartimentos estancos de las disciplinas humanas van siendo relegados al olvido de lo que alguna vez fue la moda de la ultra-especialización, una moda que ha reducido la mirada crítica, hasta el punto de adocenar el pensamiento académico y devenir en la barbarie intelectual. Aunque resulta superfluo sustentar mi dicho, me han pedido algunas líneas para argumentar mi respuesta. No puedo sino enmarcarme a la historia regional de la Península en este tópico, donde el pasado maya es un presente actuante y movible.
            ¿Es necesario el diálogo entre la historia y la antropología? De entrada, esta pregunta me recuerda una conferencia magistral oída en la bienvenida dada por el reconocido historiador yucateco, Pedro Bracamonte y Sosa, a la primera generación del doctorado en Historia del CIESAS (2010-2014), un centro de investigación donde han salido, enseñado y dado clase algunos de los mejores antropólogos del país. Bracamonte señalaba que la historia que se enseñaría en el CIESAS debería distinguirse del estilo colmexiano (a mi parecer, muy de archivo), o del estilo de la UNAM, de la UAM o del Mora, y encaminarse a ese diálogo necesario con los compañeros antropólogos, que eran y siguen siendo la mayoría en el CIESAS. En ese sentido, las clases tomadas en el CIESAS Peninsular refrendaron ese necesario diálogo antropológico de los futuros historiadores salidos del ex palacio de Justicia del rumbo de la Mejorada, de Mérida. Ahí leí un texto ya lejano de Keith Thomas,[4] con el título que viene muy conveniente con lo que aquí se intenta exponer: el diálogo, y la buena y obligada vecindad, entre los hijos e hijastros de don Guillermo Bonfil Batalla, y los clionáutas seguidores de la secta de don Luis González y González. En mis comentarios al texto de Thomas, escribí estas siguientes líneas:

El leitmotiv del texto de Thomas, estriba en la afirmación “nada excéntrica” del beneficio que traería para los historiadores el conocimiento de la antropología. Thomas discurre a contracorriente de la visión ahistórica de Radcliffe-Brown, pues siguiendo las enseñanzas de Evans-Pritchard, aunque si bien está consciente de que la historia y la antropología son dos modos diversos de ocuparse de los hechos sociales, no es de la idea de que mezclarlas –o enriquecerlas, entretejiéndolas- resultaría perjudicial, desventajoso, o  traería confusión metodológica. La diferencia entre ambas disciplinas sociales es, como aseguraba Evans-Pritchard, más de técnica que de objeto, pugnándose por su acercamiento creativo. Siguiendo la propuesta de E. H Carr, habría que hacer más sociológica-antropológica- a la historia, y más histórica a la sociología o antropología, dice Thomas.
Frente a las diferencias de trabajo –un bicho que vive en las “aldeas”, y un topo que trabaja en el archivo y bibliotecas-, Thomas no lo ve como una muestra de que ambas disciplinas sean fundamentalmente diferentes. Se busca, en cada reconstrucción histórica o etnográfica, la imaginación, sea histórica o antropológica. Siguiendo las sendas de la antropología simbólica o interpretativa, Thomas señala que la mayor enseñanza que los historiadores pueden sacar de la antropología, está en el hecho de la interpretación e interrelación de los datos: esta interpretación debe perseguir la integración teórica de los datos, aspirar a un análisis serio, “holístico”. Pero lo que ve Thomas, en esa historia desligada de la “descripción densa”, es desgajamiento en materias (historia económica, social, etc.), o el acercamiento fraccionado a los hechos sociales sin conseguir la interrelación y explicación mutua de estos […]
Los historiadores deben estudiar los acontecimientos en relación con la sociedad como un todo, y los trabajos antropológicos proporcionan la experiencia directa de los hechos sociales que los historiadores sólo han conocido en los libros o el archivo (Luis González era de la idea de que los microhistoriadores igual deberían ejercitarse las piernas y caminar su región). Los estudios antropológicos de la “mentalidad primitiva” arrojarían luz para los historiadores medievalistas o colonialistas[5] que deseen saber cómo construían su mundo las capas inferiores de la lejana sociedad que estudian, o un colonialista o historiador decimonónico que trabaja temas como la Guerra de Castas, debe conocer a la perfección los estudios etnográficos sobre la sociedad maya a estudiar en el pasado. De igual modo, un antropólogo de la región de la península que no haya leído a Nancy Farris, es un ser indefenso, un bobo en potencia. O un historiador que analiza la industrialización primera europea, podría cotejar estudios antropológicos del impacto de la industrialización actual en los países subdesarrollados.[6]

En un ameno e irónico escrito de campo, Bernard S. Cohn, de la Universidad de Oxford, antropólogo de formación, mediante la observación participante (se adentró a la cultura de los historiadores, haciendo lo que estos hacen, indagar en los archivos, discutir tiempos, enfrascarse en documentos), hizo una descripción de “la sociedad y cultura” de historiadores de algunas universidades de Estados Unidos (del Medio Oeste), de Inglaterra y predominantemente la India. Desde las formas distintas del hablar cotidiano (parcos para hablar, los historiadores lo hacen de una  forma estandarizada de la academia, y los antropólogos de manera regionalizada y hasta con palabras indígenas y son frecuentemente parlanchines), la vestimenta (el historiador se viste como un perfecto intelectual, con saco y corbata; el antropólogo prefiere lo exótico, las chamarras de mezclilla y las botas industriales), la edad de ambos (la vejez del historiador frente a la juventud o la apariencia de juventud del antropófago, digo, antropólogo), y los métodos de estudio (bibliotecas y archivos unos; aldeas y la gente, los segundos), Cohn, con sostenida socarronería, apuntó estas muestras de los usos y costumbres de ambas especies hermanas:

Un tercer ambiente del historiador es el aula. La estructura es conocida y fija: una plataforma, una mesa o un podio, y los estudiantes al frente y a un nivel ligeramente inferior. A este yerto ambiente el historiador aporta sus mapas y un montón de libros. No le incomoda estar de pie y hablar por una hora delante de la clase, de vez en cuando rebuscando sus papeles y refiriéndose o citando sus libros. Sus apuntes suelen ser bien organizado, y una vez escritos pueden ampliarse sistemáticamente.
Los antropólogos parecen estar algo incómodos en el aula. Algunos se pasean de un extremo al otro, otros se sientan en las mesas, y hay quienes se sientan entre los estudiantes. Los apuntes del antropólogo se inscriben en trozos de papel y en el dorso de los sobres. Sus apuntes no representan un capital fijo al cual añade de cuando en cuando. Siempre le faltan apuntes…Al historiador le es difícil terminar en el tiempo dado para el curso; el antropólogo suele tener que llenar las últimas clases con informes presentados por los estudiantes. Con frecuencia el antropólogo intenta llevar el campo al aula, con diapositivas, fotografías y objetos manufacturados por la población bajo discusión. En situaciones extremas, puede confrontar a su clase con un miembro vivo de aquella sociedad.[7]

Sin embargo, después de la metralla de ironías, estereotipos agrandados, y burlas tanto a los antropólogos como a los historiadores, Cohn concluye abogando por la biculturalidad antropológica-historiográfica:

La conclusión final a la que he arribado, particularmente luego de haber regresado plenamente a mi propia cultura antropológica, se refiere a los problemas relativos a los trabajos interdisciplinarios. Es frustrante pero revelador trabajar dentro de otra cultura. La biculturalidad –es decir, una inmersión total en la cultura y formas de trabajo de otra disciplina, en vez de un planteamiento multidisciplinario de trabajo en equipo- nos prepara mejor, sea cual sea nuestra disciplina, para la continua meta de comprender al ser humano, a sus obras y a sus sociedades.[8]

Formado en la triculturalidad académica,[9] en el inicio de mi relación con la historia y la antropología de la Península, no puedo dejar de citar un libro etnográfico, ya clásico y de difícil apropiación por estar agotada la segunda edición de 1987, Los elegidos de Dios.[10] Esta célebre etnografía de Alfonso Villa Rojas vino a mí por mí pasado de topo de biblioteca:[11] en mis años de estudiante de derecho, lector enfebrecido de literatura y que no de aburridos códigos, no leía otra cosa más que poesía y novelas. En una ocasión en que me encontraba, como siempre, en una biblioteca de Chetumal, di con ese libro, me sedujo su título y las fotos de un cacique bigotón y dueño de una arracada de oro, y de unos hombres de manta, arrodillados en una aldea extraviada de la Península, y soportando un calor del demonio; después sabría que la aldea extraviada se trataba del pueblo de X-Cacal Guardia, que el cacique bigotón era el capitán Concepción Cituk, y que los hombres arrodillados y en actitud devota, eran los descendientes de los mayas y mestizos yucatecos que se levantaron en armas en 1847 contra las políticas fiscales y agrarias meridanas, en eso que se conoce como Guerra de Castas de Yucatán.[12]
El libro de Villa Rojas nunca más volvió a los estantes de esa olvidada biblioteca chetumaleña, y tuvo, como efecto directo, que modificara mis lecturas: la poesía se fue rezagando (que no así la novela), y a mi mesa de estudio llegaron autores y obras de historia y antropología: Paul Sullivan,[13] Terry Rugeley, Dond Dumond, Pedro Bracamonte y Sosa, los textos de Redfield sobre Yucatán, y casi todos los trabajos de la magnífica generación de antropólogos e historiadores de la UQROO, etc., que sentaron las bases de la historia regional moderna en ese estado.[14] Pero tal vez el elemento dinamizador que hizo por completo que me extraviara, con la fe de un autodidacta “inocente”,[15] en los entresuelos de la antropología, fue la cercanía que he tenido con la obra ensayística de Octavio Paz: desde sus primeros trabajos (El laberinto de la soledad, verbigracia), hasta sus estudios sobre Claude Lévi-Strauss, sus “diálogos con Ignacio Bernal, David Brading, Jacques Lafaye, sus querellas con O ‘Gorman, Aguilar Camín y la intelectualidad, o supuesta intelectualidad de izquierda de toda laya”;[16] y sus incursiones al arte y la civilización mesoamericana;[17] el pensamiento de Paz está imbricado de un fuerte basamento histórico, pero se nos olvida subrayar que no desconoció y trató de entender el orbe antropológico: Corriente Alterna, sus Vislumbres de la India, incluso La llama doble, tienen más de veneros antropológicos, que textos y tesis simplonas de antropología que se destilan a granel en las indistintas mafias académicas de intra muros universitario.[18] En su revista Vuelta, Paz nos hizo conocer no sólo los trabajos de Lévi-Strauss y de algunos antropólogos e historiadores nacionales, sino que nos acercó a la obra del crítico del marxismo y del Estado, Pierre Clastres.[19] Facundo Cabral recordaba que Borges le dio el don de conocer a Stevenson, a Kipling y a Las mil y una noches. Yo puedo decir que Paz me hizo adentrarme al estudio del pasado mesoamericano y tratar de entender el discurso antropológico.
Pero vuelvo a Villa Rojas. En su tan citada obra, en la primera parte del texto, de la página 41 a la 135, el eminente yucateco dedica 94 cuartillas a redactar los antecedentes históricos de su trabajo etnográfico realizado en Tusik. Etnohistoriador cuando esta palabra apenas se pronunciaba en la academia mexicana allá en la lejana década de 1940,[20] Villa Rojas estaba convencido, de que si bien no hacía una “Historia de Quintana Roo” propiamente, su bosquejo tenía como objetivo permitir al lector “estar al tanto de los antecedentes históricos que pudieron influir en la cultura actual del Cacicazgo de X-Cacal, objeto principal de este estudio”.[21] Andrés Medina, reconociendo este aporto histórico, importante para posteriores obras historiográficas,[22] del libro del viejo profesor de Chan Kom, apuntó sobre Los elegidos de Dios, estas siguientes palabras:

Si bien en la parte estrictamente etnográfica Villa Rojas reproduce la estructura expositiva utilizada en el anterior libro, Chan Kom –escrito en coautoría-, con Redfield, con el fin de facilitar la comparación entre los datos de los poblaciones de Tusik y Chan Kom, hay además otras contribuciones importantes. Tal es, por ejemplo, la parte primera, que se refiere a la investigación histórica e incluye datos tanto de la arqueología como de la etnohistoria, pero sobre todo una muy rica información relativa a la Guerra de Castas del siglo XIX, la que constituye el antecedente inmediato que explica muchas de las características sociales, culturales y políticas de los mayas rebeldes, particularmente su situación beligerante.[23]

Una relación somera de la bibliografía que sirvió para la redacción de Los elegidos de Dios, nos dice que Villa Rojas, conocedor desde sus años de profesor de Chan Kom, de la literatura arqueológica proporcionada por Silvanus G. Morley y Robert Redfield,[24] igual estaba al tanto de la historiografía regional escrita hasta ese momento. En sus antecedentes históricos del libro en comento, trabajó los clásicos periodos de la época prehispánica, la colonial, le dedicó poco menos de 20 páginas a la Guerra de Castas y el posterior aislamiento de los mayas convertidos en los hijos de la Cruz Parlante, hizo los pormenores de la “pacificación de Quintana Roo” iniciada a fines del siglo XIX, y dedica unas páginas a referir el contexto social de la década de 1930, en que inicia su estancia etnográfica en Tusik (1935-1936), tocando la fiebre del chicle en que se vio envuelto el Cacicazgo de X-Cacal Guardia. De este modo, podemos decir que Villa Rojas se sirvió de textos como el de Eligio Ancona, Serapio Baqueiro, Felipe de la Cámara Zavala, de Howard Cline, de Cogolludo, de la relación de Alonso Dávila en su entrada a Chetumal, de Chamberlain, de Apolinar García y García, de Juan Francisco Molina Solís y tantos otros. De igual modo, trabajó con los periódicos Diario del Sureste[25] y Diario de Yucatán, para textos específicos. Podemos decir, que Villa Rojas es un claro ejemplo del antropólogo que se sirve de la historia para comprender mejor los procesos sociales que intenta etnografiar.
Del otro lado de la cerca disciplinaria, tenemos el trabajo de Nelson Reed. Reed, tantas veces calumniado por la historiografía academicista y conservadora desde el primer momento en que saliera su libro sobre la Guerra de Castas,[26] fue, como Juan Rulfo, un ex vendedor de llantas que en 1945 llegó como turista a Bacalar y se sorprendió de las ruinas de esa extraviada ciudad del Yucatán de la primera mitad del siglo XIX: la devastación de sus muros y casonas comidas por la selva feraz del trópico se debían, según los lugareños, por algo denominado Guerra de Castas. Después, basado en la selección de textos de Cline leído en el libro de Villa Rojas, comenzó a hacerse de la bibliografía del tema, visitó archivos meridanos, de Belice y de Estados Unidos, y en 1964 saldría en venta, en edición gringa,[27] esa obra que “reclamaba ser escrita”: La Guerra de Castas de Yucatán. Sin embargo, Reed no solamente se quedó en el trabajo de archivo, sino que en 1959 recorrió nuevamente la manigua quintanarroense, pasando por los pueblos y preguntando a la gente sobre los recuerdos de la Guerra de Castas. Lo que hacía Reed era “trabajo de campo”, algo tan común en la formación antropológica, y por este trabajo de campo, por ese “estar ahí”, historiadores empedernidos en la rancia pesquisa autosuficiente de las ratas del archivo, como Jorge Ignacio Rubio Mañé, objetaron acremente su trabajo. En un texto ya citado, indiqué que Rubio Mañé desdeñó de inmediato su trabajo, dizque porque Reed no era “historiador profesional”, y porque en su libro existen “inexactitudes” (llamarle “ladinos a los dzules de Yucatán era algo grave, pero la palabra venía siendo lo de menos), discordancias en la escritura, anacronismos garrafales, novelerías, carencias de notas bibliográficas e historiográficas en el cuerpo del texto, y pecado grave o gravísimo: Rubio Mañé no perdonaba a Reed el hecho de que fuese dueño de una exquisita, amena y magistral prosa de escritor supremo (el libro del gringo puede ser catalogado como una novela verdadera de la Guerra de Castas de Yucatán). A pesar de que Cline le dio el visto bueno al trabajo de Reed haciendo una nota preliminar donde señalaba la precisión de relojero suizo de Reed para trabajar las fuentes del mismo Cline (“Le dije –cuenta Cline- que los profesionales verían cómo él había seguido las reglas fundamentales de su arte y que a muchos de ellos les podrían parecer las notas inútil alarde de técnica…”), Rubio Mañé objetaba que: 

La carencia de una obra esforzada de investigación que describa fundamentalmente y examine concienzudamente ese fenómeno histórico, ha pretendido el autor de este libro llenarla con una amena narración, fácil, sin preocupaciones bibliográficas, cuya organización cuidadosa se ha sacrificado lamentablemente.

Sin duda, como señaló Cline, a muchos historiadores profesionales les pudo haber incomodado esta elusión bibliográfica, pero el hecho es que Reed estuvo en la libertad para escribir como se le plazca una obra que hoy sigue más actual que nunca. Rubio Mañé, un católico de sepa que no está para “idolatrías”, se quejaba también de que Reed admitiera en su trabajo “razones curiosas y deleznables, concediendo crédito a leyendas que no son más que supercherías. Que una cruz hablaba a los mayas y que esto se hacía con la habilidad de un ventrílocuo. Que el fanatismo de los indios pudo más en su espíritu, profundamente religioso, que la conquista del triunfo total, y entonces por medio de esa cruz fueron gobernados, ordenándoles se retirasen hasta alcanzar las costas del Caribe…Tanto ha creído el autor en tales informes, que denomina ‘cruzob’ a todo lo de este período de retirada de los rebeldes”.
Y aquí quiero recalcar lo siguiente, respecto a la necesaria relación entre la historia y la antropología: Es increíble el desdén meridano por estos “informes” que solo sirven para calentar la cabeza a los extranjeros (¿se refería Rubio Mañé al trabajo etnográfico de Villa Rojas?). Sin duda, don Rubio Mañé era un desconocedor total de las etnografías recientes, o de los trabajos periodísticos o informes tanto de la parte yucateca como de la parte inglesa sobre este impulso que la Cruz diera en los primeros años de resistencia.
Otros casos de historiadores nacionales que hicieron en algún momento trabajo de campo y entrevistaron a los viejos que algo tenían que decir, fue Jean Meyer en sus tres volúmenes sobre la Cristiada y los cristeros. Para el caso de la historiografía yucateca, podemos apuntar los trabajos de las historiadoras canadienses, Marie Lapointe y Lucie Dufresne, cuyas entrevistas que hicieran en 1982 a ex revolucionarios como Marco Ku Peraza y la señora Alicia Trejo Hernández,[28] en la Villa de Peto, sirvieron a Gilbert M. Joseph y Allen Wells para narrar la rebelión petuleña de marzo de 1911, en el contexto del “Verano del descontento” en el campo yucateco anterior a la llegada de Salvador Alvarado a Yucatán.[29] Y aquí, en el indagar a la memoria y a la tradición, una rama muy poco trabajada entre los historiadores profesionales, la historia oral, es más que un puente para el diálogo interdisciplinario con la ciencia antropológica.[30] Ejemplos de esto es el estudio de Pérez Taylor sobre el proceso revolucionario en Yucatán.[31] El último apartado sobre el trabajo de Careaga de la Guerra de Castas,[32] igual contempla esta visita a la memoria de las aldeas.[33] Y autores como Luz del Carmen Vallarta Vélez, hicieron en su momento una especie de archivo de la palabra indagando en la memoria de los antiguos chicleros, cuyos recuerdos contrastaban radicalmente con los discursos de los intelectuales urbanos sobre el chicle (de Ramón Beteta hasta Luis Rosado Vega).[34] Por el lado de los antropólogos metidos a los archivos o a las interpretaciones históricas, resulta hasta superfluo citar el México Profundo, o la senda etnohistórica de Guillermo Aguirre Beltrán. Sin embargo, podemos decir que la historia agraria y de la resistencia étnica del centro de Quintana Roo, no se comprendería sin el aporte de Ueli Hostettler y el análisis que realizó a los archivos agrarios de los ejidos de la región macehual.[35] Creo que la reconstrucción de los anteriores paisajes culturales de Quintana Roo, no serían cabalmente comprendidos sin indagar a la memoria oral, y en eso, los historiadores tienen mucho que aprender de las técnicas del trabajo de campo de los antropólogos, así como estos tienen que vestirse de vez en vez el overol de historiador. En ese sentido, es atingente recordar un libro escrito, en su mayoría, por estudiantes de las primeras generaciones de antropología de la Universidad de Quintana Roo, en el que mediante las historias orales (o como gustan llamarlos los antropólogos, las historias de vida), los antiguos paisajes culturales por el que transcurrieron los diferentes pueblos quintanarroenses, se fueron delineando.[36]

Conclusiones finales: crítica de un historiador a la enseñanza de la historia en la licenciatura en antropología de la Universidad de Quintana Roo

Por último, concretizando la pregunta que dio pie a estas reflexiones rápidas sobre la relación entre la historia y la antropología; quisiera abocarme a criticar  la relación que actualmente existe entre la historia y la enseñanza de la antropología en la Universidad de Quintana Roo, y esto como manera para modificar, o enriquecer, algunos puntos que andan renqueantes en la enseñanza antropológica en la Universidad de Quintana Roo.
A pregunta expresa a dos estudiantes de la licenciatura en antropología (una del anterior plan curricular distinto a la reforma de 2005 de esa licenciatura, y otra ya con el plan actual), sobre cuál fue su relación con la historia en sus años de estudiante, sus respuestas fueron vagarosas, a veces recordaron una mala clase de historia regional donde vieron algunos textos de historia, y su idea común fue que se quedaron en el limbo para tratar de entender el contexto histórico regional donde, en la mayoría de los casos, se desenvolverán como profesionales en la antropología o trabajos afines a su carrera. Si querían conocer más de historia regional, o nacional si se quiere, tenían que ser “autodidactas”.
Esta idea de la carencia en el reforzamiento de la historia a los estudiantes de antropología en la Universidad de Quintana Roo, se logra observar en el ensayo sobre la “construcción del sentido antropológico en los programas de estudio de la Universidad de Quintana Roo”, realizado por una tercia de profesores investigadores de dicha universidad.[37] No me detendré en algunos sesgos en la enseñanza de la Teoría Antropológica que se dejan ver en el análisis del programa de la licenciatura en antropología, porque el texto no me dice gran cosa, pero sí me interesa concentrarme en algunas señalizaciones y, desde luego, aportaciones para el reforzamiento de la enseñanza de la historia en los estudiantes de antropología. Hoy más que nunca, el diálogo entre los distintos departamentos de dicha universidad, salvando las mafias en intra-muros universitarios, se hace más necesario: en el 2004, se creó la Licenciatura en Humanidades, y existen maestros y profesores investigadores que podrían solventar con eficiencia algunas partes endebles de la historia para los estudiantes de antropología.[38] En el plan de estudio de la licenciatura en antropología social, en el cuarto semestre se toma una materia llamada Historia de México en los siglos XIX y XX, dos semestres de etnohistoria, y cuatro semestres de Maya (reducida esta última, a la enseñanza del maya yucateco). En realidad, siguiendo a los autores del ensayo en comento, esta enseñanza de la historia se da de una forma general, y mucha de la bibliografía regional estriba en textos producidos en la Universidad de Quintana Roo, obviando autores que han trabajado el área de una forma más totalitaria. En Etnohistoria I, la enseñanza se reduce a la lectura de Alfonso Villa Rojas, pero también textos de Aguirre Beltrán, Andrés Medina, López Austin, y algunos textos de Pedro Bracamonte y Sosa. Se extraña una buena inmersión a los textos producidos sobre el pueblo maya en la colonia y el siglo XIX: ¿Dónde están los trabajos de Nancy Farris, de Inga Clendinnen, de Matthew Restall, de Chuchiak, de Terry Rugeley, de Don Dumond? Las carencias  de la historia regional es solventado con autores como Andrés Fábregas (región Chiapas y los Altos de Jalisco) y Guillermo de la Peña (Morelos y fárragos teorizantes), pero podríamos barajar nuevos conceptos de región para el siglo XIX y XX en trabajos de historia reciente exclusivos para Yucatán.[39]
En los estudios de la sociedad maya en tiempos prehispánicos y posterior al contacto indoeuropeo, creo que es necesario el diálogo no sólo con la historia, sino con la arqueología misma, aunque, en este rubro, no se puede hacer nada con simulacros de arqueólogos que mal enseñan en la Universidad de Quintana Roo.
Si bien en temas como el indigenismo, los estudiantes de antropología de la Universidad de Quintana Roo analizan las relaciones pueblos indios-Estado nación, al parecer, se pierde mucho no aterrizando las teorías políticas y la conformación del Estado, para el caso regional: Yucatán en el XIX y XX, y las propuestas autonómicas históricas de los mayas rebeldes en el XIX, y su evolucionar en el siglo XX y XXI. ¿Dejaremos de dar simples seminarios aburridos de derecho indígena, y comenzaremos un diálogo abierto con la ciencia jurídica y la antropología respecto a la problemática indígena en Quintana Roo en el siglo XX?, ¿Hay alguien solo en esa universidad con la suficiente seguridad y los conocimientos para que se meta directo a enseñar la historia indígena de la Península de Yucatán en el siglo XIX y XX para las múltiples inter-regiones yucatecas?, ¿se ha dicho todo sobre la Guerra de Castas, sobre los chicleros, haremos al fin la historia de los pueblos del Río Hondo y de los pueblos de pescadores de la costa oriental y de los pueblos que conectan el triángulo de la Guerra de Castas Peto-Valladolid y Felipe Carrillo Puerto?, ¿hemos recolectado, trabajado, entomologizado todos los caminos de la selva quintanarroense con sus mitos y leyendas mayas, mestizas, chicleras, africanas, garífunas?, ¿en donde pasaron, cuáles fueron los caminos de los chicleros que se internaban anualmente a la Montaña chiclera?, ¿hay algo más que turismo, autoritarismo e imbecilimos político en el Quintana Roo actual?, ¿ha nacido ya el historiador o el antropólogo de la izquierda en Quintana Roo? Vale la pena reflexionar en esas preguntas vistas como hipótesis de trabajo a futuro.
Si bien es cierto que, para entender la historia regional de Quintana Roo, no podemos dejar de leer los trabajos pioneros de Higuera Bonfil, de Careaga, de Carlos Macías Richard o de Luz del Carmen Vallarta Vélez, creo que se hace necesario volver a esos temas y retrabajarlos con ópticas novedosas y mayor material histórico y bibliográfico reciente, y eso le compete a los nuevos antropólogos e historiadores de Quintana Roo. Los temas de Quintana Roo no deberían ser solamente sociedad indígena, turismo, religiosidad, derechos indígenas, el chicle, reservas forestales, migraciones, mayas perdidos en la zona norte, sino que los nuevos enfoques piden derecho de piso. Eso es lo que ha solventado brillantemente Elisabeth Cunin con la negritud omitida de la historia de Quintana Roo.[40] Estudios sobre el poder, o la antropología de los movimientos contestatarios al poder en Quintana Roo, igual hacen falta, sin hablar del tremendo problema social de la violencia reciente en las zonas turísticas y hasta en el mismo Chetumal.
Creo que los futuros antropólogos de la Universidad de Quintana Roo, haciendo honor a la tradición de los pioneros antropólogos que escribieron sobre historia regional de ese estado,[41] deberán, con el tiempo, no sólo ir a sus a veces aburridas prácticas o trabajo de campo en las urbes y las aldeas, sino visitar constantemente los archivos y bibliotecas de la Península,[42] y agrandar los marcos no sólo teóricos sino históricos de sus mamotretos, para la comprensión cabal del tiempo presente. Los archivos de Quintana Roo,[43] desde luego, no deben quedarse solamente en las manos sarmentosas del cronista sempiterno de Chetumal, o de los historiadores insulsos salidos de la UQROO.


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_________________‘“Los libros habían profetizado que un Chachac-mac iría a hacer preguntas y a ver las aldeas’: en torno a Nelson Reed”, Desde la Península, 12 de noviembre de 2012.
___________   Reporte de lectura del artículo de Keith Thomas, “Historia y antropología” Historia Social, Núm. 3 (Invierno), 1989, pp. 62-80, en clases de Historia y Cultura, Doctorado en Historia, 2 de mayo de 2011.

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[1] Doctor en Historia. Correo electrónico: vilaxgilberto@outlook.es
[2] Egresados de la licenciatura en Antropología social de esa universidad, así como algunos profesores.
[3] Me refiero a la economía, la ciencia política, la sociología, el derecho, la geografía, hasta la filosofía y la teología.
[4] Thomas, 1989.
[5] Aunque Jérôme Baschet (2009) es de la idea (la cual me parece acertada), del Feudalismo tardío en los tres siglos de Colonia en Nueva España.
[6] Avilez, 2011.
[7] Cohn, 2001, p. 26.
[8] Ibídem, p. 35.
[9] No necesito escribir, aquí, que soy un nativo del derecho con cruza de científico social y afincado en la querencia historiográfica.
[10] Villa Rojas, 1987. La primera edición es de 1978.
[11] Me niego a etiquetarme como rata o ratón de biblioteca.
[12] Sobre la Guerra de Castas, véase Rugeley, 2009; Dumond, 2005.
[13] Existe un trabajo de Sullivan (1998) traducido por la Universidad de Quintana Roo: consta de dos ensayos que tocan la segunda mitad del siglo XIX yucateco, donde se dio un choque constante en la frontera interior yucateca, entre los de Santa Cruz y los partidos fronterizos a dicha territorialidad rebelde. Paul Sullivan, antropólogo de formación, es un ejemplo paradigmático del antropólogo metido a trabajos de archivo. El seminal trabajo de Sullivan, posibilitaría el estudio de Martha Herminia Villalobos González (2006) al respecto.
[14] Me refiero a Carlos Macías Richard, Lorena Careaga, Luz del Carmen Vallarta Vélez, Antonio Higuera Bonfil y Martín Ramos Díaz. Por cierto, Ramos Díaz tiene formación no histórica ni antropológica, sino literaria, pero eso no fue óbice para darnos a la estampa trabajos magníficos sobre la “diáspora de los letrados” del siglo XIX en tierras del trópico oriental de la Península, sobre la vida porteña cozumeleña y el antiguo Payo Obispo, y las peripecias de la educación en Quintana Roo en el siglo XX. Recientemente, al parecer, Ramos Díaz está embarcado en la necesaria biografía del “Torquemada de Quintana Roo”, el general porfirista Ignacio Bravo, cfr. Ramos Díaz y Vázquez, 2012.
[15] Esto de autodidacta inocente, desde luego que es un guiño y un homenaje a Nigel Barley.
[16] Gilberto Avilez, “Octavio Paz en Yucatán, o lo que los pendolistas de las albarradas locales, así como Sheridan, dejaron en el tintero”, Desde la Península, 22 de marzo de 2014.
[17] Véase sus notas sobre los mayas, en Paz, 1987.
[18] Sobre los temas históricos tratados por Octavio Paz, basta citar su ensayo sobre Sor Juana. Para 2010, Jean Meyer realizó un acopio de sus ensayos históricos, véase Paz, 2010.
[19] Cfr.  Lefort, 1987.
[20] Sobre la etnohistoria, véase Romero Frizzi, 2001.
[21] Villa Rojas, 1987: 45.
[22] Recordemos que el “Remarks on a Selected Bibliography of the Caste War and Allied Topic”, de Howard Cline, que aparecía en la edición gringa de Los elegidos aparecida en 1945, sirvió a Nelson Reed como brújula primera para escribir su famoso libro sobre la Guerra de Castas. En la versión al español, aparece en el Apéndice C del libro.
[23] Medina Hernández, 2001, p. 219.  Igualmente, para datos de la vida y obra de Villa Rojas, cfr. Quintal, 1998.
[24] Sobre este periodo, igual cotéjese el texto de Sullivan, 1991.
[25] Antes de que Villa Rojas fuera Alfonso Villa Rojas, en la década de 1930 hay como 10 o más textos que el profesor de Cham Kom enviaba a la redacción del Diario del Sureste. Eran artículos que tocaban los mitos de la selva y las creencias del pueblo maya.
[26] Cfr. Avilez, 2012.
[27] La primera edición mexicana, bajo el sello de Editorial Era, fue de 1971.
[28] Entrevistas realizadas el 14 de junio de 1982.
[29] Cfr. Wells y Joseph, 1996.
[30] Sobre historia oral, cfr. Aceves, 2012.
[31] Pérez Taylor, 1996.
[32] Careaga, 1998.
[33] Y esto cuando Careaga es antropóloga de formación.
[34] Vallarta Vélez, 1989.
[35] Hostettler, 1996.
[36] Cfr Escalante Gonzalbo, 2001.
[37] Cfr. Ballesteros et al, 2011.
[38] Sin embargo, la realidad es que muchos profesores investigadores de esa universidad, en su mayoría, gente de fuera de la península, en el ramo de la historia regional, desconocen los procesos transcurridos por la región del oriente de la península. Hoy más que nunca, los trabajos pioneros escritos por Careaga, Carlos Macías Richard, o Luz del Carmen Vallarta Vélez, necesitan nuevamente ser revisitados.
[39] Incurriendo en el pecado de citarme, en mi tesis doctoral presento una nueva interpretación de las subregiones yucatecas posterior a la segunda mitad del siglo XIX, y que en gran medida subsistió buena parte del siglo XX. Cfr. Avilez, 2015. Del mismo modo, véase los trabajos de Macías Zapata, 2002.
[40] Cunin, 2014.
[41] Me refiero a Villa Rojas, Careaga, Higuera, Hostettler y Vallarta Vélez.
[42] Y en este punto, vale la pena invitarlos al viaje exploratorio e iniciático a los ricos repositorios meridanos como el Archivo General del Estado de Quintana Roo, o la Biblioteca Yucatanense.
[43] Me refiero no solamente a los archivos de papel y rúbricas oficiales, sino a los archivos de la palabra, al rescate de las memorias indígenas, mestizas, afromexicanas, y las indistintas mixturas culturales del abigarrado crisol quintanarroense.